Nos llega la onda del atentado
En tan precarias circunstancias, la pretensión de habitar una burbuja paradisíaca en medio de un entorno de catástrofe es peor que ilusoria, es mentirosa.

'La línea roja' de Matías Vallés (23/03/16)
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Palma de Mallorca
Nada une como la tragedia. Ayer se registró un atentado en Europa, no solo en Bruselas, por lo que la onda expansiva del atentado nos sacude con fuerza.
Nos golpea en el flanco emocional, pero también lesiona nuestro único modo de vida. Demuestra la fragilidad de Balears y su monocultivo de la industria de los forasteros, a veces llamada turismo.
Una huelga de controladores franceses –mejor dicho, europeos– y una matanza en el corazón aeroportuario de la misma Europa desvela nuestra auténtica identidad de islas construidas alrededor de un aeropuerto.
Todos los que vivimos en Balears hemos llegado aquí por última vez en avión. Nuestra supervivencia depende de que quince millones de personas hagan lo mismo cada año, y pagando.
En tan precarias circunstancias, la pretensión de habitar una burbuja paradisíaca en medio de un entorno de catástrofe es peor que ilusoria, es mentirosa.
Dirigentes turísticos han llegado a la frontera de asociar los atentados con un nuevo aluvión de llegadas de turistas asustados de viajar a Egipto, a Túnez, a Turquía, ahora a Grecia y a Francia. El cerco se cierra, solo un irresponsable se frotaría las manos creyéndose al margen.
Había mallorquines ayer en Bruselas, porque los nativos viajan más que sus visitantes. Somos turistas y receptores masivos de turistas. Sabemos mejor que nadie que el turismo es un estado de ánimo. Los terroristas, también.




