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SE ENCIENDEN LAS ALARMAS

El vestuario del Valencia, en estado de descomposición

El escenario no es el mejor para alcanzar una meta impensable hace unos meses, pero vital ahora mismo: sumar al menos ocho puntos que garanticen la permanencia

El Valencia, en un entrenamiento / VCF

Valencia

Lejos de encontrar unión, con todos los jugadores y el cuerpo técnico remando juntos para alcanzar el objetivo, la realidad es otra bien distinta y dura, porque algo huele a putrefacto entre las cuatro paredes del vestuario valencianista, que está viviendo un proceso de descomposición tan acelerado que ha llevado a alguno de los que sienten el hierro a encender la luz de alarma, por lo que puede ocurrir si la situación no da un giro radical de cara a las ocho finales que le quedan al Valencia.

Por hacerlo gráfico, esta es la foto. En el vestuario hay futbolistas que consideran que no todos tienen el mismo compromiso, aludiendo a casos recientes de jugadores que se han perdido partidos importantes por diversas molestias musculares. “Perfectamente podría quedarse el entrenador con 13 ó 14 jugadores y completar las convocatorias con jugadores del filial como Soler o Villalba”, se llega a decir desde el vestuario. Además, se echa en falta líderes dentro del grupo que sean capaces de marcar un rumbo y arrastrar al resto, como sucedió en 2008 cuando el Valencia estuvo coqueteando con el descenso y emergieron como líderes jugadores cuajados como Baraja, Marchena, Villa, Morientes y otros futbolistas como Silva o Mata, que aportaban una dosis de calidad de la que ahora, según lo visto, adolece la plantilla.

Otro destello de esa falta de compromiso es la decisión de los jugadores no convocados ante el Celta de seguir el partido a través de los televisores que hay en el vestuario sin querer salir al palco, donde están siempre sentados los que no están entre los 18 disponibles para jugar. Se entiende como un gesto feo hacia la grada decidido por algunos jugadores que optan por no exponerse a la afición en un momento delicado como el que atraviesa el equipo por temor a recibir pitadas.

Se percibe un ambiente viciado, con algunos futbolistas más pendientes de su situación personal y buscando culpables siempre entre los demás, ofreciendo síntomas de desconexión con el grupo y principalmente con el entrenador, que tampoco pone de su parte para evitarlo por varias razones: las evidentes dudas que genera su trabajo táctico; la dichosa barrera comunicativa del idioma; y por no querer entrar en conflictos con algunos futbolistas recriminándoles su falta de actitud y compromiso.

La falta de entendimiento entre Neville y la plantilla parecía haberse solucionado con la llegada de Ayestarán. Pero, pasadas las semanas, la sensación que se tiene en el vestuario es que el ‘efecto Pako’ se ha diluido como un azucarillo. Para justificar esto, se recurre a la vuelta a las andadas del Valencia, que ha agravado su crisis en Liga por culpa de los mismos fallos y vicios que obligaron a la dirección deportiva a fichar de urgencia a un ayudante que sirviera de puente entre la plantilla y Neville, alguien que sí supiese inglés, no como Angulo, al que se recurrió sin reparar en su desconocimiento de la lengua de Shakespeare. Pues bien, ese puente se ha quedado sólo en idiomático, porque del vestuario salen frases como “habla mucho en las sesiones tácticas y se hace pesado” o “hace entrenamientos largos para el momento de la temporada en el que estamos”.

Desinflado el efecto Ayestarán, el Valencia sigue con un cuerpo técnico en el que, como ocurre en la plantilla, hay una apreciable falta de liderazgo. Un motivo más para que las luces de las alarmas luzcan más rojas si cabe… Que sí cabe. Porque en el vestuario miran hacia arriba y perciben en la estructura del club una falta de liderazgo y un vacío de poder alarmante: la inexistencia de una persona con mando en plaza y con conocimientos deportivos que sea capaz de dar un golpe de timón para reconducir el barco a la deriva que es ahora el Valencia. Hay una persona con mando que está a miles de kilómetros sin aparecer (Peter Lim), otra con mando -a tiempo parcial- pero sin experiencia deportiva (Layhoon), otra con conocimientos deportivos pero sin mando para decisiones trascendentes (García Pitarch) y otra con mando deportivo –el conferido por su amigo Lim- pero con una demostrada incapacidad para dirigir al equipo… Y que, además, en plena tormenta da ejemplo de compromiso poniéndose, como James Bond, al servicio de su majestad Isabel de Inglaterra.

Pues esta es la foto o los fotogramas que componen una película que ha tenido pasajes cómicos pero que ha entrado en una fase de terror que empieza a provocar miedo a quienes asisten como espectadores de lujo y, lo que aún es peor, a los protagonistas de la misma. Final feliz ya es imposible que tenga por ver al Valencia peleando por no bajar a Segunda pero, al menos, sí se puede aspirar a que no haya un final triste con lágrimas. Para evitar esto, muchas cosas tienen que cambiar. Están a tiempo a todos.

Chimo Masmano

Redactor de Deportes en Radio Valencia

 
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