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LEVANTE UD - OPINIÓN

Manolo, gracias por todo

El director deportivo no merece la ampliación de su contrato por una razón objetiva y que nada tiene que ver con la permanencia o el descenso

Presentación de Mauricio Cuero / levanteud.com (levanteud.com)

Valencia

Al calendario le quedan 8 jornadas y no poseo el don para adivinar si el Levante se mantendrá en Primera o por desgracia perderá la categoría, pero antes de que las semanas señalen que planificación se acometerá a partir del 15 de mayo y que la hipocresía periodística se apodere de la razón en función del resultado deportivo, quiero dejar constancia de lo que consideró que sería bueno y necesario para el futuro del club.

Manolo Salvador no merece la ampliación de su contrato por una razón objetiva y que nada tiene que ver con otra milagrosa permanencia o con el descenso. El resultado de su trabajo concluye con la incapacidad para remozar durante las tres últimas temporadas a una plantilla que alcanzó la gloria europea y que ha involucionado año a año tras una amalgama de 38 incorporaciones que han hecho de mi equipo algo irreconocible.

Además, en ese periodo ha contratado a cuatro cuerpos técnicos (Caparrós, Mendilibar, Alcaraz y Rubi) cuyo patrón de juego se parece como el de una castaña a un huevo y las consecuencias de tan magna chapuza podrían ser irreversibles.

Solo el contrato de 40 millones de televisión en Primera repararía el despropósito, porque en caso contrario habrá que pagar varias indemnizaciones y malvender en las rebajas de junio a los pocos jugadores que tienen cierto valor residual.

No obstante, Salvador merece una salida con todos los honores porque rescató al Levante de una liquidación segura en 2009, lo situó entre los 20 clubes que juegan cada año la mejor Liga del mundo, se han traspasado a futbolistas por más de 30 millones de euros y consiguió que la bandera de la UEFA ondeara en lo alto de la grada de Orriols. Insignia de oro y brillantes.

13 DE ABRIL DE 2013

No entraba en el guion de la historia del Levante que su mejor vestuario se fracturase por el caso ‘Barkero’ y se pusiera fin a un ciclo, a una manera de sobrevivir ante la adversidad, al peso de una camiseta, al valor de una historia y a la responsabilidad de pelear cada balón y cada euro para tener un futuro mejor. Desde entonces y hasta hoy, la estructura del club ha crecido de manera exponencial y al ritmo que le exige una Liga de Fútbol Profesional, mientras su vertiente deportiva vive atrapada en un bucle degenerativo.

Maldigo todos los días aquel partido ante el Deportivo de La Coruña porque alteró el orden de las piezas que conformaban el engranaje de un Levante humilde, pero con unas señas de identidad y unos valores tan fuertes que le permitían romper cualquier barrera o alcanzar metas inimaginables.

Manolo supo que ya nada sería igual y que tendría que medir muy bien cada decisión para no destrozar aquello que tanto había costado construir. Le vino muy grande el proyecto, eligió ser políticamente correcto y la mala gestión de aquella crisis nos pasa factura.

Me bastaron los dos primeros fotogramas para cerciorarme del periodo de autodestrucción en el que se adentraría. Iconos como Ballesteros o Munua ya no volvieron a jugar ni un minuto más porque fueron juzgados públicamente y expulsados del círculo de confianza, mientras a Joaquín Caparrós se le erigía en el nuevo símbolo, en un ‘salvapatrias’ llamado a restaurar la perdida de liderazgo en el auténtico santuario granota, donde no hay moqueta, donde no vale el postureo mediático y solo te invadía la mezcla del olor a sudor con el del linimento del eterno capitán.

La siguiente instantánea del director deportivo, escondido en el coche del cocinero del restaurante donde el Consejo acordó la salida de Juan Ignacio y la llegada del técnico de Utrera, fue el síntoma inequívoco de domesticación.

Manolo no sentía entusiasmo, sino vergüenza y optó por convertirse en un superviviente, tratando de pasar desapercibido entre tanto ruido y hasta el punto de no saber si realmente había alguien detrás del cargo. El de Faura tiene un bagaje enorme con Villarroel en el arte del camuflaje y es un especialista en esquivar cualquier conflicto interno que ponga en riesgo su puesto de trabajo.

BOMBA DE HUMO

Su falta de personalidad se acentuó en el momento en el que los entrenadores que contrató ya no tenían que agradecerle la oportunidad de sentarse en un banquillo de Primera y se escudó en esa gran mentira llamada ‘consenso’ para justificar la mayoría de unos fichajes que no llevaban su firma. Esa será su penitencia.

Ha tenido tres largos años para encontrar el espíritu que hizo grande al Levante, ese gen que transmitían Ballesteros, Iborra, Juanlu o Juanfran y que no han querido asumir esa falsa imitación de canteranos de cartón piedra, más preocupados por la moda y por las marcas que por recuperar el ADN granota.

El mercado lo ha utilizado para brujulear por Europa y para terminar completamente desorientado con el paso de cuatro técnicos incongruentes con el estilo que nos había conducido al éxito y que terminaron por deformar lo que nos hacía reconocibles en toda España y lejos de nuestras fronteras. No hace mucho tiempo, para ganar en Orriols había que mear sangre. Mourinho, Pepe o Cristiano son testigos directos de esta afirmación.

Manolo, en un último arrebato de desesperación, se ha gastado en enero lo que no se atrevió a invertir en junio (6 millones de euros en fichas y traspasos) para justificar con otra agónica y deseada permanencia, una ristra de fichajes con escaso o nulo rendimiento, coronándose con la operación del colombiano Mauricio Cuero, que nadie comprende desde un punto de vista deportivo y es inaceptable desde lo económico.

Los 18 años de servicios prestados por Manolo Salvador están amortizados, por lo mucho que hizo y por lo mucho que ha dejado de hacer, pero lo que más me sorprende es que el presidente defienda públicamente y ante su Consejo la continuidad de un director deportivo que le ha conducido al fracaso y ha erosionado su imagen, salvo que Quico Catalán se sienta cómplice de una gestión deportiva que siempre separó de sus competencias.

José Manuel Alemán

Redactor de Deportes en Radio Valencia

 
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