'El día de la indiferencia'

Algeciras

Siempre recordaré la fecha de ayer, lunes 4 de abril de 2016… El día en que me sentí tan indignada de pertenecer a este invento llamado Unión Europea, que tuve que cambiar varias veces de canal en la tele, de dial en la radio, y hasta aislarme un poco de Twitter y otras redes sociales, simplemente por pura salud mental, para no morirme de asco y de vergüenza. Ayer, el milagro de la solidaridad no se produjo. Ayer se materializó la infamia de una amenaza anunciada, y Europa, la misma Europa que hace 70 años renació de sus cenizas con el objetivo de convertirse en una familia de naciones próspera, humanitaria y civilizada, decidió, a costa de miles y miles de vidas humanas, que sus ciudadanos olvidemos en qué consisten el honor y la decencia. Según Amnistía Internacional, a las 6.20 de la mañana de ayer salía de esta ficticia tierra prometida el primer grupo de deportados, cargados en tres barcos, de Grecia a Turquía, ese país del que los 28 de la Unión Europea no se fían, pero al que subcontratan para lo que interesa, cuando interesa. Así soluciona nuestro continente las crisis humanitarias, quitándose de encima, como si fueran apestados, a hombres, mujeres y niños que huyen del horror de la guerra y de los mismos fanáticos que, de vez en cuando, traen el terrorismo a nuestras, hasta hace poco, pacíficas ciudades.Qué pronto hemos olvidado los franceses, los italianos, los húngaros, los polacos, los españoles…. que una vez, no hace tanto, fueron nuestros antepasados, nuestros bisabuelos y nuestros abuelos, los perseguidos, los que tuvieron que abandonarlo todo sin mirar atrás para salvar la vida y buscar un futuro allá donde fuera posible, aunque el empeño en la propia supervivencia les desgarrara por dentro el corazón.Tan sólo queda el consuelo de saber que cada vez son más las voces que se alzan en contra de esta decisión ruin, mezquina, contraria a uno de los más elementales de los derechos humanos, de esos que tan bien quedan en los discursos políticamente correctos, el derecho de asilo… Pero claro, una cosa es la teoría y otra la práctica. Y la segunda parece que cuesta bastante más que la primera.Queda el consuelo de saber que esta atrocidad no caerá en el olvido, porque se está llevando a cabo con luz y taquígrafos, mal que les pese a esos mandatarios, aparentemente democráticos, que se empeñan en tratar de silenciar cámaras y micrófonos. Es una de las cosas buenas que tienen Internet, los llamados teléfonos inteligentes y las redes sociales: que, en situaciones como ésta, pueden convertir a cada ciudadano, a cada voluntario de ONG, incluso a cada refugiado, en un improvisado periodista en potencia, en un portavoz con imagen y sonido de la injusticia que se esté cometiendo ante sus ojos. En cualquier momento y en cualquier lugar. Queda el consuelo, también, de apreciar que las grandes decisiones, tomadas en gélidos despachos en los que nadie pasa frío, ni miedo, ni hambre, no pueden evitar los pequeños grandes gestos de la gente de a pie, ésa que cada día que pasa se avergüenza más de ciertos gobernantes, y que colabora como puede, enviando alimentos, medicinas y mantas a los refugiados, haciéndoles llegar ropa y mochilas para llevar a los niños a cuestas… incluso, algunos, liándose la manta a la cabeza y marchándose a la otra punta de Europa, a echar una mano a pie de lancha neumática o de alambrada.Tan sólo esos pequeños grandes gestos, tan sólo toda esa gente que se indigna cada día con el telediario, que no puede ni quiere mirar para otro lado, justifican que todavía sea posible intentar conservar un hilo de esperanza en esta Europa enferma…y confiar en que salga, algún día, de la UCI de su propia indiferencia.