El poder, los súbditos y el abandono
Córdoba
Presidencialista. Así fue la larga etapa en la que Miguel Castillejo Gorráiz (Fuente Obejuna, 1930) dirigió Cajasur desde 1976 a 2005, la institución financiera de la Iglesia Católica. Castillejo fue más que un cura metido a banquero y palpó notablemente el poder económico y religioso. También dominó los distintos ámbitos sociales de Córdoba.
“Ahora soy Don Miguel, ya no soy Miguel”, relataba una coetánea vecina mellariense que le dijo Castillejo cuando éste fue ordenado sacerdote. Así que “Don Miguel”, como lo llamaban casi todos en la ciudad, otorgaba sus “subvenciones” en base a un criterio personal, lo que acabó convirtiéndolo en la personificación del poder económico y ocasionándole más de un riesgo en el ámbito puramente gerencial. Siempre estuvo muy interesado en visualizar el dominio de la Iglesia, tanto que en Córdoba “mandaba más que el Obispo”, tal y como asegura un colaborador cercano. Cabe recordar el viaje al Vaticano en 2002, donde buscó amparo tras la carta de su supuesto superior, el obispo Javier Martínez, quien calificó de escandalosa la póliza suscrita por Cajasur para garantizarle el cobro de una renta vitalicia. Javier Martínez acabó fuera de Córdoba, con un “ascenso” al arzobispado de Granada que fue entendido más como una victoria de Castillejo.
El ex alcalde de Córdoba, Herminio Trigo, utiliza la palabra “chantaje” para explicar este paralelismo entre el concepto del “poder económico” y la persona de Miguel Castillejo; y recurre a una anécdota muy ejemplificadora de algunos métodos del entonces presidente de Cajasur. “Siendo alcalde fui a pedirle un crédito para financiar inversiones para la ciudad y a cambio me exigió que recalificara unos terrenos para construir una iglesia”. Trigo recuerda esta época con “amargura y cabreo” al tiempo que relata como aquel crédito finalmente no llegó al negarse a sus peticiones. “Dejaba su huella en todas partes, cuando el Ayuntamiento iba a inaugurar algo ya había una placa con su nombre allí”. Quienes defienden la gestión realizada y sus modos elogian su generosidad y el carácter benéfico de muchos de sus actos, aunque fueran a costa de la propia caja de ahorros que en muchos casos se confundía con su persona.
Cajasur, “la creó y la hundió”.
La saneada Caja Provincial, que a finales de los 80, estuvo a punto de fusionarse con Unicaja acabó finalmente prestando su buena situación económica para estabilizar Cajasur. La entidad religiosa, que se posicionó como la segunda entidad financiera andaluza más potente, era un caramelo que todos querían, de ahí el deseo del gobierno de la Junta de Andalucía por constituir lo que se denominó “la gran caja andaluza”. Castillejo sostuvo el envite con la ayuda del gobierno de Aznar que modificó una ley, la llamada Ley de Cajas para ampararla y evitar también la salida de Castillejo de la presidencia. Finalmente, la intermediación del presidente Griñán y el obispo -entonces de Córdoba, ahora arzobispo de Sevilla- Juan José Asenjo, a través de los Pactos de Santa Lucía, pusieron fin al entuerto temporalmente. La negativa de Cajasur a fusionarse con Unicaja les llevó a la intervención por parte del Banco de España.
- La intervención de cajasur
Castillejo pasó sus últimos años en Córdoba, tras su salida de Cajasur en 2005, con una más que escasa presencia en la sociedad cordobesa. Apenas pudimos verlo asistiendo a las corridas de toros de la feria de Córdoba, o en algunos de los actos organizados por la fundación que lleva su nombre, ubicada en la Plaza de las Doblas un edificio donado por el constructor Rafael Gómez, Sandokán.
“Cuando uno tiene súbditos en lugar de amigos acaba solo”, así al menos lo ve uno de los consejeros del último consejo de administración de Cajasur presidido por la Iglesia, cuyas palabras visualizan el “abandono” al que sometieron a Miguel Castillejo en los últimos años. Él mismo se quejó de esta situación en alguna ocasión, siempre en el ámbito privado y a sus conocidos, requiriendo un mayor protagonismo en la sociedad cordobesa. Estos años, cuando los periodistas nos acercábamos a él, en un primer contacto encontrábamos cierta disposición a la conversación, la disposición del “humanista” y ávido de un mayor reconocimiento. Pero al preguntarle por las supuestas irregularidades detectadas en la gestión de Cajasur o por la polémica póliza que le garantizaba de sobra su futuro, negaba la respuesta y con un “gracias, gracias” abandonaba la estancia.