¡Por fin!

Algeciras

Siempre nos coge distraídos, año tras año... no nos damos cuenta de que ya está aquí.

Como todos los días, abrimos la ventana y una brisa cálida nos golpea la cara. De nuevo, la bola grande de fuego se levanta tras la roca y se refleja en el mar espejado de la Bahía mientras otro día se despereza entre bandadas de gorriones. Una bruma matinal distinta diluye entre colores dudosos las siluetas de los barcos, de las azoteas, las macetas de los balcones y allá a lo lejos, el contorno de los montes africanos.

En la calle, la vida parece discurrir como todos los días: el ruido de las rejas metálicas de las tiendas al abrirse, la máquina de vapor quitando los restos de cera de la Semana Santa, los dependientes de los comercios esperando a que abran las tiendas, el sonido de las máquinas de café anunciando con su aroma característico que de nuevo el espectáculo está en marcha... Un día nuevo acaba de empezar... Las calles acostumbradas al trasiego vuelven a engullir a cientos de personas que la transitarán con prisas o con lento placer. Los escaparates de las tiendas dejarán asomarse a quienes dispongan de un minuto para perder o ganar el tiempo. En la Plaza Alta se mide la vida en pasos con bastones , zancadas juveniles y carreras de los niños. Carritos de la compra tirados por manos de mujeres o de hombres que a cierta edad han descubierto el gusto por los quehaceres femeninos que tan desconocidos les eran. Los periódicos se abren sobre las mesas de los bares mientras las figuras de los camareros recorren, en un baile aprendido, los espacios que las separan recitando las comandas de los clientes. Descafeinados, cafés con leche, tostadas y zumos de naranja, se mezclan con las conversaciones de siempre: buenos días, hoy hace frío eh?, Y el niño? está mejor esta mañana? Miradas de reojo al reloj mientras se da el último sorbo al café... Las campanas de La Palma anuncian que el mediodía está al llegar. Se cuelgan las chaquetas de los hombros y se anudan las bufandas al carrito de la compra. El filo de los vasos parece reflejar todo el resplandor de una mañana que parece como todas pero que con el paso de las horas nos descubre que no, que no es como todas. Sobre las mesas, las última flores de azahar. Las sombrillas se abren y los palomos se agolpan en la sombra ante la insistencia de un sol que se apodera de la Plaza y las calles. De camino al mercado, una mujer pregona su mercancía, ramitos de flores silvestre y trompetas de la Chorrosquina. Las fachadas aguantan resignadas la luz amarillenta que las inunda y los geranios y gitanillas explotan en sus balcones. Horas después, cuando el sol se esconda detrás de la iglesia, las campanadas de la tarde se fundirán con la luz malva que cae sobre los tejados de las casas y con los latidos de la ciudad que acaba de descubrir que otro año más la primavera, ¡por fin!, ha llegado a Algeciras.