'Apaga y vámonos' con Romualdo López

Murcia

¡Señor, arréndame pronto!

Hacía tiempo que no encontraba ocupación que hipotecara tanto mi rutina como la que esta semana me ha tenido frente al ordenador y junto al teléfono hasta alcanzar cotas psicodélicas propias del San Francisco de los 60. Eso sí, una psicodelia bastante menos lúdica y divertida. Más cutre.

Por circunstancias de la vida resido gran parte de mi tiempo pegado al mar, en uno de esos lugares con retazos de encanto de los que hay que buscar. Sí, los que somos del levante español nos esforzamos en encontrar la belleza alojada entre centenares de atentados de cemento. Tenemos ese don de hacer la vista gorda y buscar el lado luminoso de la vida, a veces con la ayuda de unas cañas.

Lo cierto es que este lugar cuenta con un par de ventajas bellas que marcan su diferencia, fruto de esa naturaleza que a menudo maltratamos. Pero no he venido aquí a hacerle el trabajo a la concejalía de Turismo. Hablemos de los inconvenientes, en los que se parece mucho a cualquier lugar del litoral que os podáis imaginar. Al grano: tenía un piso estupendo de alquiler y se lo enseñé tan bien a la primera compradora que vino a interesarse que ha decidido quedárselo y dejarnos, por tanto, en la calle. ¡Malditas habilidades de comunicación!, pienso yo ahora.

Ampliar

Cerrar

Cuando eso te ocurre comienza a girar en tu cabeza, fruto de la búsqueda, una noria visual de psicodelia cutre, como decía antes. Llevo unos días soñando con fotos de muebles bizarros en los que se mezcla una tele con un microondas y una radio de los ochenta, aderezados con un dedo de polvo. Los deprimentes sofás de playa también merecen una mención, con esos brazos de madera revienta nucas y ese olor a "perrico mojao" que echan sus cojines. Cuando el sofá es bueno parece que la cosa se entiende como lujo máximo y el precio de alquiler te puede subir cien o doscientos euros. Hay que sortear también los colchones de muelles. “Es que este piso es para vacaciones”, te dicen algunos, asumiendo que a la gente le apetece mucho pasar sus vacaciones reventándose la espalda en un colchón de muelles preconstitucional. Muebles y menaje aparte, las condiciones son el verdadero laberinto al que uno se enfrenta. Las webs de búsqueda son el primer filtro, con numerosos inmuebles sin la adecuada actualización de su perfil, algo que te hace gastar tiempo en llamadas innecesarias a pisos ya alquilados o que realmente están en venta aunque ponga lo contrario. Parece haber un repunte de venta, por cierto, o quizá es que me han tocado a mi alrededor todos los afortunados. Está el alquiler para maestros también, que consiste en que el arrendador asume que la mayoría de los incautos que se van a la playa a trabajar durante el año van a ser docentes con dos meses de vacaciones, con lo que el propietario hace el negocio completo alquilando el piso para verano. Esos son legión también, no sabía que había tantos maestros playeros.

El mareo suele ser constante, el otro día me pidieron que aunque alquilara el piso para todo el año les dejara, “de buen 'rollito'”, pasar quince días de verano allí porque “les daba 'penica' no ir a la playa este año”. La jeta que no falte, sí señor, haremos una mudanza de enseres personales para que nuestros simpáticos arrendadores remojen el "culete" tranquilamente y mientras nos iremos a un camping. Esta misma semana, con un alquiler ya casi cerrado, el trato se rompió con un simple whatsapp, ayer. Cuando digo cerrado, me refiero a que además del compromiso verbal ya nos habían pedido más documentación de la que había en los famosos discos duros del PP. Eso me llega a encolerizar. La renta, las nóminas, el alquiler, avales bancarios, meses y meses de fianza, pagos de alquiler por adelantado. Prácticas humillantes para curarse en salud, haciéndote responder del turista que se emborrachó hace dos años y se le ocurrió tirar un microondas por la ventana. Y aquí detengo mi espiral de violencia verbal contenida y con tintes humorísticos, para hacer como en misa y dejaros ir en paz. A mí la paz me la suele contagiar un señor inglés que hace canciones inmortales, lleva toda la vida haciéndolo. Mi artículo de hoy, como no podía ser de otra manera, desemboca en una canción suya que se llama ‘Casa en venta’, ‘House for sale’, y que dedico a mi querida compañera de vida que lleva una semana saboreando el lado oscuro del arrendatario. Nick Lowe no es un músico cualquiera, subid el volumen y aprended de él, como hacemos nosotros.

Romualdo López