Corrupción y liderazgo
Fernando González del Valle: 'Liderazgo y corrupción'
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Alcázar de San Juan
Los cónsules en la antigua Roma solo podían renovar dos años su mandato y eso cuando hubieran transcurrido diez años entre una magistratura y la siguiente. Además siempre se nombraban de dos en dos pudiendo vetar un cónsul al otro en sus decisiones para evitar volver a los tiempos oscuros de la tiranía, lo que tanto temía la virtuosa República Romana. Aquellos romanos pensaban que más tiempo gobernando podría hacer flaquear la moralidad de los gobernantes cayendo en la corrupción política. ¿Sólo pervive el idealismo de trabajar por los demás, del político, dos años?
Cuando estalla un caso de corrupción, siempre hay voces que disculpan a los corruptos explicando que el mal habita entre nosotros, que la sociedad está atestada de probables corruptos que no ejercen su corrupción por falta de oportunidades. Al final estas personas acaban conformándose como mal menor con tener gobernando “al político que robe menos”. Es como si asumiéramos religiosamente que existe un pecado original de la corrupción que persigue al hombre desde que perdió la inocencia al tener que huir del paraíso del buen salvaje, cuando el hombre no era tal, porque sólo somos hombres en tanto que somos seres sociales. No hay solución posible siguiendo esta línea de pensamiento.
Es evidente que si se estudiara nuestra herencia espiritual, seguro que saltaba las vallas más altas de cualquier paraíso perdido. Jane Goodall, la primatóloga más famosa del mundo, ya nos dio de comer del árbol del bien y del mal, al descubrir conductas ancestrales de brutalidad entre nuestros parientes los chimpancés. Está bien, no existe la perfección, pero la sociedad no reclama santidad sino integridad. Reclama ejemplo como la mejor herramienta de liderazgo. Lo que no entiende es que un líder carismático, incorruptible, fustigador de los corruptos que le han precedido antes, acabe siendo uno más de ellos y encima negando ab infinitum su palpable corrupción.
Todo el mundo tiene derecho a meter la pata, pero no todos los pecados y pecadores son iguales. Hay una gradación que va de lo blanco a lo negro, de lo intrascendente a lo inmoral. No todo es lo mismo, no siempre el que paga un recibo sin IVA sería capaz de llevarse el dinero destinado a una ONG. Pero en cualquier caso lo sublime es saber reconocerlo y pedir disculpas a los demás. Ese ejercicio “religioso” es casi desconocido en las clases políticas de todos los países, como estamos descubriendo asombrados últimamente. Al parecer nunca hay que admitir la culpa, eso solo puede significar flaqueza y el macho alfa de los primates políticos nunca debe demostrar debilidad o será sustituido inmediatamente por otro. Pero lo que queremos como sociedad son a líderes menos perfectos que admitan sus errores para que se puedan compadecer del resto de los gobernados y que un ladrón de bicicletas necesitado no vaya a la cárcel si un “prestigioso” banquero no entra en ella aunque haya robado varias fábricas de este vehículo juntas.
Fernando González del Valle