La mirada maliciosa
Alberto García Alix participa durante tres días en un taller de fotografía en la residencia de artistas La Fragua, en Belalcázar.
Córdoba
"Alberto es un amor". Coinciden, por separado, Javi Ocaray y Gabi Mangeri, que han conseguido que Alberto García Alix (León, 1956), un referente de la cultura contemporánea española y en concreto de la fotografía, pise suelo pedrocheño engrosando la lista de artistas a los que el destino les lleva a La Fragua, un proyecto necesario.
García Alix, toda amabilidad, nos atiende mientras apura una cerveza antes de que comience la proyección de “De donde no se vuelve”, un documental que aborda las claves de su obra. "Hago pocos talleres al año, pero cuando los hago acabo implicándome, no puedo estar proponiéndoles cosas y yo no hacerlas". Lo dice después de tres jornadas en las que García Alix ha compartido muchas horas de trabajo con un grupo de fotógrafos de Cobertura Photo, en la residencia de artistas de Belalcázar. García Alix, que no conocía esta zona de Córdoba aunque sí la capital "como turista", tiene buena sensación con una de las fotos que ha hecho: una imagen robada a Charles, uno de los componentes del taller. Sensación, pues sigue trabajando en analógico, así que no verá el resultado hasta que revele esas imágenes en su cuarto oscuro. Es el tiempo necesario que ha de darle al resultado de ese "monólogo" que el fotógrafo mantiene frente al modelo. "El retrato es un enfrentamiento: modelo y fotógrafo sostienen un pulso donde el modelo presiona de tal manera que pide un acto de compresión. O quizás quien pide tal acto soy yo", sostiene su voz en off en el vídeo. García Alix, espera el momento justo para apretar el obturador: "mi intención nunca es honesta, es maliciosa, por mirar con malicia recojo lo que vieron mis ojos, poseer presencias me excita, me alimenta, en esos momentos ni yo me conozco, fotografío lo vivo como ya muerto, con la intencionalidad de un forense y ahí te quiero ver, no es fácil". Por eso entiende que su colección de retratos "es una colección de futuros cadáveres", ya que "congela" los modelos, al tiempo que se apropia de lo que busca en ellos. Su afán es "poseer con malicia, intencionadamente", llevándolos "al otro lado de la vida, de donde no se vuelve", añade.
"Larga vida al Rock and Roll", la proyección en el Ambigú del Chato Peces se funde con el repicar de las campanas y el rosario que rezan los centenares de penitentes en el traslado de la Virgen de la Alcantarilla. García Alix ha salido de la sala y uno imagina la fotografía perfecta de esta crónica, la de este fotógrafo rockero en una esquina del pueblo mientras frente a él pasan los restos de esa España vieja. Sus fotografías le permiten "encadenar la memoria", recordar las penas "narcotizadas" y reconocer que su "mística anclada a una épica destructiva". Para García Alix el miedo es el motor que nos mueve, y él no elude su mirada y su responsabilidad. "En el taller me aplico lo que les digo, porque estoy haciendo fotos, aunque sea un taller y pienso: es mi foto, joder", ajustándose a la exigencia que imprime a los alumnos: "eso es una puta mierda, quítalo de ahí", nos cuentan que corrige a un alumno. Apenas una treintena de personas ha asistido a esta proyección.
Ni rastro de Córdoba aquí, con sus gentes inmersas en una tormenta de folclore, con sus medios haciendo páginas y páginas de flores. Cuando Combo cerró hace semanas los muros de Facebook acogieron el debate enérgico sobre la cultura en una ciudad que parece no hacer parroquia en torno a los proyectos independientes. Hace unos días, un escritor reconocía la “dureza” de Córdoba, más allá de las capacidades de concejales o concejalas más o menos competentes. Contaba cómo se había sentido arropado, casi homenajeado, por la comunidad cultural cuando viajaba a otras ciudades a hablar de su obra. "En Córdoba eso no ocurre". García Alix estuvo ayer en Los Pedroches, hasta donde llego en su Harley Davinson, sin que prácticamente lo viera nadie.