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Si San Isidro levantara la cabeza...

La Firma de Pedro Caballero

Si San Isidro levantara la cabeza...

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03:09

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Palencia

San Isidro Labrador fue un hombre piadoso que vivió en el S. XII dedicado a las tareas agrícolas. Cuenta la leyenda que cada día visitaba la iglesia antes de acudir al campo, recibiendo por ello la gracia divina en forma de trigo y comida abundantes, el respeto de las alimañas, o la ayuda de los bueyes que labraban la tierra mientras Isidro oraba.

La onomástica de este santo ha estado históricamente vinculada con Palencia, no solo por la devoción con la que se celebra en los distintos pueblos de la provincia, sino también por su condición de patrono de los ingenieros que se forman en nuestra Escuela de Agrarias. Quizá por ello siempre ha gozado de la simpatía de los jóvenes universitarios y no universitarios palentinos. En otros tiempos disfrutaban de tranquilas reuniones campestres, reñidos concursos de paellas de distintos colores y sabores, simpáticos premios “limón” y “bombón” entre los profesores, divertidos pregones aderezados con cientos de huevos, y algún que otro cóctel preparado por abnegados docentes que aportaban el “Know how” procedente de otras regiones.

Parece que la globalización ha dado al traste con la tradición, y lo que entonces era una fiesta entrañable y sosegada, se ha convertido en una macrocelebración que congrega a miles de jóvenes. La fiesta de ITA, como se le conoce en el argot juvenil, ha trascendido los límites del Centro donde se originó, e incluso los límites de nuestra ciudad de Palencia, convirtiéndose en un evento con una repercusión similar a la nocheviaje universitaria de Salamanca, o la Fiesta de la Primavera de Granada.

Los profesionales en sociología definen el botellón como una “reunión masiva de jóvenes en espacios abiertos de libre acceso, para consumir la bebida que han adquirido previamente en comercios, escuchar música y hablar”. Con la única salvedad del libre acceso y los recursos puestos en marcha por los organizadores, la fiesta de la ITA se podría considerar como un botellón de magníficas dimensiones.

Las mejoras implementadas año tras año en este evento podrían hacernos pensar en el éxito organizativo logrado por apenas un puñado de alumnos. Sin embargo, lejos de cegarnos con la fugacidad de este logro material, deberíamos lamentar la dependencia que muestran nuestros jóvenes con respecto al alcohol en sus momentos de ocio, la facilidad con la que los menores acceden a este tipo de eventos, la pasividad con la que las administraciones municipales y regionales autorizan el mismo, a pesar de la rigurosa normativa autonómica sobre drogodependencias, o la tolerancia de las familias en relación con los hábitos de sus hijos.

Algunos de los jóvenes que participaron en la organización el pasado año recordaban con añoranza aquellos tiempos pasados en los que la fiesta de ITA era un lugar de encuentro, sin la presión originada por los trámites legales, el presupuesto, las medidas de seguridad o de limpieza. Aunque sea imposible volver atrás, les animo a que reflexionen con valentía a este respecto. Tienen un año por delante para estudiar alternativas, debatir propuestas y dialogar con diferentes interlocutores para intertar recuperar aquella preciada esencia de la fiesta de San Isidro.

 
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