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Los cuentos de Calleja son del siglo XIX

La Firma de Doroteo González

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Palencia

La España del siglo XIX se caracterizó por un desarrollo lento de la industria y los transportes, y la agricultura era la actividad más importante. Fueron tiempos en los que se sacaba de sus camas a niños de 9 y 10 años y se les obligaba a trabajar para ganarse un mísero sustento. De esos niños apenas un tercio de ellos sabía leer. Eran años en que se vivía un sistema de esclavitud envilecida en todos los sentidos, tanto en lo social y en lo personal, como en lo moral e intelectual.

La gran mayoría de los trabajadores apenas lograban subsistir, acosados por el hambre y las epidemias. Muchos eran pobres artesanos que ejercían su oficio de manera independiente, trabajadores domiciliarios o empleados en pequeños talleres.

Con este relato me pregunto por qué, ante semejante escenario apocalíptico, Joan Rosell, el ofuscado Presidente de la CEOE, asegura que “el trabajo fijo y seguro es un concepto del siglo XIX” afirmando a continuación que “en el futuro habrá que ganárselo todos los días”.

Y es que al hacer referencia al siglo XIX, el del auge industrial y su consiguiente explotación de la mano de obra, parece que el Sr. Rosell no considera un avance social la implantación de los contratos indefinidos y la estabilidad en el empleo. Una estabilidad que ha permitido el desarrollo durante el siglo XX de la sociedad de consumo y el denominado estado del bienestar en Occidente.

El Señor Rosell casi siempre se ha caracterizado por un ideario socio-laboral que parece no deja lugar a dudas sobre su intencionalidad. Es el hombre que estimó que “hay un millón de amos y amas de casa que están apuntados al paro para cobrar un subsidio”; el que critica a trabajadores, parados y pensionistas de manera sistemática; el mismo sujeto que puso también en su punto de mira a los empleados públicos o quien justifica los bajos salarios diciendo que “los parados están encantados con minijobs de 400 euros al mes”.

Yo comprendo que con declaraciones así busca gratificar su propia relevancia mediática incidiendo en discursos vanos y faltones, aunque no sé si con el propósito de crear polémica o de alimentar su propio ego. Lo curioso es que lo dice como presidente de una institución que en 40 años sólo ha tenido cuatro presidentes, y uno de ellos estuvo 23 años en el cargo.

La verdad es que no sé si estos insignes personajes forman también parte de los acomodados empleados de sueldo fijo y estable propios del siglo XIX, pero me parece a mí que ellos no son de esa condición. Desde luego que no.

 
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