La conexión venezolana
A Coruña
Es asombroso lo que revela de nosotros lo que guardamos en los móviles. Me di cuenta el fin de semana pasado, cuando buscaba en el mío un calendario entre las fotos del Whatsapp. De repente, me encontré con una imagen que me sorprendió: era la foto de una mujer regordeta, de aire sudamericano, de menos de 20 años de edad, con el pelo rizado. Estaba tumbada, vestida con una camiseta de tirantes y daba de mamar a su hijita mientras sacaba la lengua a la cámara. Verla en mi móvil me desconcertó porque su cara no me sonaba de nada, y aunque hay gente maliciosa que asegura que estoy obsesionado con los pechos femeninos, no he llegado al extremo de coleccionar fotos de madres lactantes.
Deslicé el dedo por la pantalla y aparecieron más imágenes de gente que no conocía: la mayoría eran del bebé y de la madre, pero también aparecía una señora de unos sesenta años con gafas, otra de unos cuarenta y tantos con el pelo corto y teñido de rubio (a juzgar por el número de selfies, el móvil pertenecía a esta última) a la que identifiqué como la madre o una tía, una adolescente de unos trece o catorce años y un hombre joven, vestido permanentemente con una camiseta sin mangas, que era el único delgado del grupo y podía ser el padre del bebé. Era como si tuviera el móvil de otra persona, y entonces me dí cuenta de lo que había pasado: había perdido el mío durante mi última visita a Barcelona y cuando compré otro, la batería se descargaba, así que lo llevé a la tienda, donde me habían prestado uno de sustitución que, obviamente, había pasado antes por esa mujer sudamericana.
Después de ver todas las imágenes, pude llegar a varias conclusiones. Primero, que esa señora era una fervorosa evangelista: intercaladas con las fotos había varios posts con mensajes en un tono que mezclaba la autoayuda con la religión, aunque yo siempre he considerado la de los evangelistas más bien un género musical. En uno de ellos se podía ver el dibujo de una jovencita que parecía sacado de un manga tipo Candy Candy acompañando al siguiente texto: “Muchos piensan que soy una fanática. Ellos dicen: ‘Tú te tomas las cosas de Dios muy en serio’. Tal vez, pero yo lo que sé es que Cristo me tomó muy en serio cuando dio su vida por mí”. Aún estaba tratando de recuperarme cuando llegué al siguiente mensaje: “La oración continua es la solución a todos tus problemas” y, finalmente, “Lo que logres de pie, agradécelo de rodillas” que, según tengo entendido, es un lema también muy popular en algunos cástings.
La segunda conclusión que saqué era que esa señora formaba parte de la colonia venezolana de A Coruña, y que era una fervorosa patriota: una de las fotos mostraba un armario lleno de merchandising bolivariano: tres figuritas vestidas con trajes tradicionales venezolanos dos velas y una metopa, todo con la llamativa bandera tricolor de ese país, tachonada de estrellas. Y la tercera, que, aunque esa señora creía en Dios y la Patria, no tenía la misma fe en la comida sana: en uno de los selfies aparecía mordiendo el envoltorio de un snack, en otra una comida inidentificable pero grasienta y en un tercero, la joven madre presentaba un enorme churro en espiral, acompañado con un poco de Nocilla. La chica parecía sufrir el síndrome de MileyCirus, porque también sacaba la lengua en esa foto.
Esto me hizo pensar en mi viejo móvil, que había dejado olvidado en un restaurante de tacos, cerca de la plaza de España de la ciudad condal y con él, las fotos que he tomado durante los últimos cuatro años. Me pregunté si alguien las había ojeado, como yo había hecho las de aquella señora bolivariana. Había algunas de gran valor sentimental, pero la gente solo siente el impulso de compartir fotos de otras personas de carácter íntimo y afortunadamente, nunca he tenido el hábito de fotografiarme los genitales, así que no tenía que preocuparme de que acabara en una página porno de aficionados. Y la joven madre, tampoco.




