Ocio y cultura
Antonio Coronil

‘La Felia’

Firma Antonio Coronil 'La Felia'

Firma Antonio Coronil 'La Felia'

03:24

Compartir

El código iframe se ha copiado en el portapapeles

<iframe src="https://cadenaser.com/embed/audio/460/048RD010000000040595/" width="100%" height="360" frameborder="0" allowfullscreen></iframe>

Algeciras

Mira que mi pueblo tiene milenios de historia y cientos de historias que contar. Mira que sabemos vestirnos alegremente y hacemos, en el negro cielo, que el fuego y sus colores se mezclen con el que desprenden los puestos de comida en la calle. Por todo esto, podemos decir, que mi pueblo, es experto en fiestas.

Pero nada como esta fiesta, la feria, que lo mismo da. Nada comparable a inventarse una ciudad paralela de toldos y luces, a la que emigran cada día, como la liturgia más sagrada, todos los vecinos de la ciudad real.

Todo empieza en el Parque. Ese pequeñito, pero coqueto, y en el centro tiene una plaza redonda con un banco corrido que recuerda al parlamento. Parlamento popular frente a la tribuna desde donde la juventud bella y el revuelo del Rebolo, nos recomendarán que vivamos esta semana de locura lo más intensamente posible.

 Y luego, sin dragones pero con camiones, una larga cabalgata es disfrutada por aceras humanas dispuestas a recoger más caramelos de los que cualquier ayuntamiento pudiese comprar.

Comienza con una gran parada de caballistas, como cualquier romería de los pueblos del interior. Le siguen unos gigantes y cabezudos, como en los pueblos del norte de la península. Y después, entre bandas y animaciones, un desfile de carrozas, como si de un carnaval caribeño se tratara, donde niños, grandes y bellezas oficiales, se encaraman sobre una enorme guitarra o un gigante corcel de crines doradas. Ya ven, no tiene mucha explicación, pero convoca toda la expectación.

Con el encendido de las luces de la portada que no tiene puerta, pero que es imprescindible para quedar, toma vida esta perecedera ciudad de ascuas. De casetas y atracciones. De miles de colores y sonidos que nos atraen como mariposas a la luz. Comienza el desafío.

Y tiene esta feria, no conozco otra igual, tres plantas. En la primera, las casetas donde comer, beber y bailar. Cada agrupación de amigos, vecinos o empresa tiene la suya, pero aquí, a diferencia con otros lugares, están abiertas para todos. Que siempre aquí valió con un educado “buenas noches”, como única tarjeta de socio, para que el enorme portero despeje el camino hacia la barra y sus delicias.

La charla, la jarra de seven up con reminiscencias de Sanlúcar y el encuentro con los amigos, animan al baile y a la despreocupación. Solo el debate, el eterno debate sobre la música que debe sonar, ensombrece en algo la alegría del momento. Clásicas o discotecas. De jóvenes o de toda la vida. Nada más estéril. No conozco caseta que no empiece yendo yo de pelegrina y él en el caballo y acabe doliéndote los pies y con él, el corazón. Se ve que el camino fue largo.

La segunda planta tiene su avance en los cacharritos que menos avanzan del mundo. Vueltas y vueltas sobre camiones de bomberos, motos y una foca, hacen las delicias de los más pequeños. Y entre carreras de camellos y pesca de patitos con caña, vamos subiendo al segundo nivel, que podíamos llamar el gastronómico. Aquí la oferta es muy variada, desde los legendarios pinchitos morunos hasta la Tere con su tartana. Desde los recientes gallegos con sus carnes a las brasas a los gofres, cuyo secreto sólo conocen ya cuatro o cinco mil personas.

Y tomando el puente, subimos al piso más alto. Altos como los cacharos que allí se montan. La clásica noria y la montaña rusa, que compiten en altura con las grúas de la Maersk. Y tecnológicos artilugios diseñados en el centrifugado de personas que se hermanan con túneles del terror o ese vetusto tren con un indefinido animador a quién todos quieren arrebatarle la escoba.

Y un día sí y otro no, la Puerta de Feria se abrirá al filo de las diez de la noche, para derramar por la enorme escalinata a quienes disfrutaron, quizás sí o quizás no, de una vibrante tarde de toros.

Y así pasan los días, hasta nueve. Que aquí quitan uno, pero siguen saliendo nueve. Hasta que el estómago y los bolsillos resentidos nos anuncien el final de esta fiesta sin igual.

Pero ahora, que ya empieza, me voy a vestir para ir a la feria. Zapatitos cómodos. En el brazo, un buen ramo de rosas casi de pitiminí, para los que se quieran. En el pelo, mi felpa de estrellitas luminosas. Sonrisa en la cara y a torear porteros. Empieza la fiesta.

Balato, balato, todo balato… que yo vendo cositas de luces.

 
  • Cadena SER

  •  
Programación
Cadena SER

Hoy por Hoy

Àngels Barceló

Comparte

Compartir desde el minuto: 00:00