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Quilates de jazz invaden Vitoria con Joshua Redman y Tom Harrel

Hoy, y con el cartel de no hay entradas, estará Jamie Cullum, una de las estrellas del Festival

El saxofonista estadounidense Joshua Redman / Adrián Ruiz de Hierro (EFE)

El saxofonista estadounidense Joshua Redman

Vitoria

Joshua Redman Quartet y Tom Harrel Trip han desplegado un jazz contemporáneo y de altura aunque muy distante emocionalmente, en la tercera jornada del festival de Vitoria, que ha registrado una muy buena entrada una noche más.

La música de Redman no resulta fácil, ni mucho menos, en un primer momento. Es necesario un proceso de adaptación, porque se adentra en un jazz denso, repleto de movimiento y cambios de ritmo. Sin embargo, rápidamente un público encantado de reencontrarse con ese sonido ha empezado a aplaudir sus solos y los del resto del grupo inmediatamente.

Aunque los temas que propone pueden no aparecer como estrictamente jazzeros en un principio, incluso pueden recordar a otros estilos, en cuanto el grupo empieza a desarrollarlos aparece el hard-bop planeando sobre la música y reconvirtiéndola.

Joshua Redman es un hombre joven, cercano a los 50 años, neoyorquino de adopción, que ha sabido rodearse de otros tres grandes músicos para su proyecto personal. Son Kevin Hays al piano, Joe Sanders al contrabajo y Jorge Rosy a la batería. El conjunto suena afinado y compacto.

En todo caso, probablemente su concierto habría resultado mucho más difícil si no hubiera sido por la introducción de casi hora y media que ha constituido la primera parte de la velada.

Tom Harrel Trip había producido antes un concierto extraordinario, pausado y melódico, moderno y lleno de referencias.

Su música ha empezado con la solemnidad de una base rítmica, casi de marcha militar al principio, que ha ido creciendo poco a poco. La interpretaban Ugonna Okegwo al contrabajo y Adam Cruz a la batería.

Enseguida, en cuanto ha empezado a sonar el fiscornio de Harrel y después el saxo tenor de Ralph Moore, el tema se ha ido introduciendo en las escalas del jazz moderno y, de esa manera, de menos a más, ha metido a la audiencia en harina.

Todo ello ha sucedido sin una palabra, porque la actitud de Harrel en el escenario es muy introspectiva, quizá tímida, cuando no está tocando. Su cuerpo, que ya ha cumplido los 70, permanece completamente estático. Da la impresión de que está concentrado escuchando, con la mirada clavada en el suelo, completamente abstraído.

Cuando toca, sin embargo, toda su capacidad expresiva se pone de manifiesto desarrollando una música amable y positiva, incluso para los menos aficionados a un estilo tan exigente para el espectador como es el jazz.

Escuchar a músicos como él resulta paradójico en un recinto tan grande como un pabellón de deportes. Su música parece requerir una cierta dosis de intimidad difícil de conseguir con tanto espacio. Sin embargo el silencio lo ha ido invadiendo todo poco a poco y cada uno de los espectadores parecía estar a solas con él, o con ellos, en cierta medida.

Hoy, y con el cartel de no hay entradas, estará aquí Jamie Cullum, una gran estrella en cualquier evento en el que participe pero quizá más aquí, el festival que le introdujo al público español. Le precederá el dúo formado por Dave Holland y Kenny Barron, dos amigos unidos para esta 40 edición que se va acercando al desenlace.

 
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