Cosa de magia
A Coruña
Creo que no existe ningún coruñés con coche que no haya encontrado alguna vez, sujeto por el parabrisas, un papelito ofreciendo los servicios de un doctor brujo africano. Como había comentado lo curioso que me parece este hecho, en una fiesta de cumpleaños que me organizaron hace poco me regalaron un sobre lleno de publicidad. Mis amigos y yo ojeamos los panfletos y llegamos rápidamente a la conclusión de que Senegal era toda una potencia en Magisterio, a juzgar por la cantidad de docentes que exporta: el maestro Dauda, el profesor Mady, el profesor Sako, el profesor Fofana, y, por supuesto, el maestro Bambo. Resulta que en la fiesta había varias personas que se dedican a la enseñanza, y después de leer los currículums de sus contrapartidas senegalesas, no pude evitar darme cuenta de lo poco preparados que estaban. Ninguno de ellos sabía quitar hechizos, ayudar a recuperar o encontrar pareja, atraer clientes, solucionar impotencia sexual o curar enfermedades. Por descontado, no tenían "25 años de experiencia en todos los campos de la alta magia africanos".
Es verdad quela labor de los profesores allí presentes se limita a conseguir que sus alumnos aprendan pero, según aseguraba el profesor Mandy, también podía conseguir que aprobaran los exámenes, con un resultado "garantizado a 100%", un índice de éxito por el que matarían profesores más convencionales. Leímos por turno y en voz alta los anuncios de los videntes africanos, y todo el mundo estuvo de acuerdo en el que el profesor Sako era el mejor de todos ellos: no solo tiene 35 años de experiencia en solucionar todo tipo de problemas, sino que prometía "Resultados en 3 días 100% garantizados" y "Paga después de resultados". Alguien insinuó que todos los anuncios se parecían demasiado, y se valoró la idea de que quizá todos habían estudiado en la misma escuela de magia, una especie de Hogwarts de Senegal. Puede incluso que fueran de la misma promoción, puesto que por lo menos dos de ellos tenían 25 años de experiencia y era evidente que habían estudiado el mismo temario en clase.
Hubo muchas risas al respecto, pero la idea de un aquelarre senegalés rondando por A Coruña me seguía intrigando, así que decidí llamar a uno de ellos, uno que aceptaba consultas telefónicas, para salir de dudas, ante la incredulidad de los asistentes a la fiesta. El elegido fue el maestro Dauda. "gran médium espiritual mágico". El teléfono sonó varias veces hasta que cogieron la llamada. Un hombre con un fuerte acento preguntó quién llamaba y le expliqué que tenía un problema sexual, que estaba desesperado, que mi miembro viril no servía nada más que para indicar dónde está el suelo, que mi novia estaba a punto de abandonarme. Estaba dispuesto a probar cualquier cosa. "Lo que pasa es que nunca he consultado a un vidente, y no sé si esto funciona", añadí, mientras algunos invitados, incapaces de contener la risa, abandonaban la habitación. El maestro Dauda me aseguró que era un profesional respetable, y que de lo contrario, no podría ganarse la vida así en los diez años que llevaba aquí.
No me convenció el razonamiento, más que nada porque en España nadie se ha muerto de hambre por incompetencia. Y me convenció menos aún cuando me dijo que tenía que traer agua que hubiera recogido de mi cuerpo mientras me duchaba y una foto de mi novia. Como ingredientes para un conjuro, me parecían de los más flojos. Ni sacrificios a fetiches ni polvos de cuerno de rinoceronte. La magia africana siempre me había merecido mucho más respeto que la de las brujas de teletienda, que funciona a base de tarot, cristales de cuarzo, cromas e insomnes crédulos que telefonean a las cuatro de la madrugada. Por lo que había oído, en el continente negro se empleaban otros métodos, como sangre y carne de albino, de manera que éstos tenían que vivir recluidos en campamentos, por su propia seguridad. No digo que una poción de sangre baja en melanina funcionara mejor que una elaborada a base de alfalfa, pero se podía tener la seguridad de que un individuo dispuesto a descuartizar un ser humano creía en lo que hacía, y que no era un simple estafador. Y ahora, en mi primer contacto con un brujo africano, éste me recomendaba que le trajera agua de ducha. Deprimente. Seguro que si le hubiera pedido que lanzara una maldición contra mi jefe, habría metido su foto en el congelador. Le dije que me lo pensaría y colgué, pero no le dediqué ni siquiera un minuto antes de llegar a la conclusión de que también para trabajar en el campo de la magia en Europa también hay que convalidar el título.




