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Sociedad
El Estilita, por Abel Peña

Mangina

A Coruña

Siempre me he considerado feminista. Es decir, creo en la integración social y laboral del sexo femenino, en igualdad de oportunidades con el sexo masculino. Pero me he dado cuenta de que me he quedado anticuado. Saque esa conclusión después de leer un breve discurso de la concejala de Justicia Social, Silvia Cameán. La edil de la Marea Atlántica había acudido a pronunciar el pregón de las Merendiñas da Torre, un picnic vecinal que celebran los vecinos de Monte alto en el parque que rodea la Torre de Hércules. Se trata de una ocasión festiva, solo despedir el verano en compañía de vecinos amigos y disfrutar de música y comida. A pesar de ello, la concejala aseguró a las presentes que “Reinas somos todas, todos los días del año también al luchar contra el gran monstruo que es el machismo y el heteropatriarcado”.

Me sorprendió. No por el tono del discurso (es habitual en la Marea Atlántica convertir cualquier evento en un mitin) sino porque nunca había oído esa expresión. Así que entré en Internet y descubrí que en España la había popularizado Alberto Garzón, el portavoz de IU, a raíz de un tweet que envió dando su apoyo al entorno de las víctimas de la masacre de Orlando y de dos mujeres asesinadas en 24 horas “víctimas de la misma lacra: el heteropatriarcado”. El mismo artículo de Verne en el que leí esta información señalaba que Google había captado un aumento de interés desmesurado por ese término, y en Twitter se convirtió en trendingtopic el chiste “heteropatriarcado, el que tengo aquí colgado”. Supe después que a las personas que se dedican a escribir comentarios despectivos contra el femenismo se les denomina “machitrolls”.

Aumenté mi formación con otro artículo de Miguel Lorente, una activista y antiguo delegado del gobierno para la Violencia de Género, en el que señalaba que en realidad, no hay diferencia entre los términos “patriarcado” y “heteropatriarcado” por la sencilla razón de que el patriarcado es homófobo tanto como machista. Parecía lógico. Hice “clic” con el ratón y continué mi lectura, intentando asimilar términos como micromachismo o feminicidio. En otro artículo Lorente describía las tácticas del “posmachismo” para desvirtuar el problema de la violencia de género, falseando estadísticas que aseguraban que habían muerto hasta 30 hombres al año a manos de su pareja o que el 70% de las denuncias por violencia de género eran falsas. Con esos argumentos estaba de acuerdo. Con otros, dudaba. A medida que leía, empecé a preocuparme más y más, porque ya no estaba seguro de si era un posmachista o no.

Pero, por otro lado, ya no me preocupaba tanto ser un retrógrado porque parece ser que la mayor parte de España no es tan progresista como yo pensaba. De hecho, segúnel CIS, menos de al 1% de la sociedad le importa la violencia de género. Pocos políticos se declaran feministas. Ni siquiera Pablo Iglesias o Pedro Sánchez, aunque Alberto Garzón sí lo proclama abiertamente, claro. "Lo soy porque defiendo un modelo de país y de sociedad en el que las mujeres y los hombres sean verdaderamente libres e iguales”, dijo. Al principio me sorprendí de que fueran tan pocos los políticos comprometidos con la causa, pero es que el feminismo se entiende ahora (por los posmachistas) como la supremacía de la mujer. Tengo que reconocer que esa impresión me habían dado algunas activistas al ensalzar el matriarcado como una especie de sociedad idílica, en la que las mujeres corregirán los errores de los hombres y en la que reinará la paz y la cooperación. Algo así como invertir la carga del pecado original.

A esas alturas, me sentía como una peonza que giraba más y más con cada clic del ratón. La guerra verbal entre feministas y machistas exige un arsenal de términos, munición conceptual con los que acribillarse mutuamente. Para contraatacar a los deposmachismo y micromachismo (que probablemente había considerado unaalusión a su hombría), el hetereopatriarcado había recurrido a sus mejores intelectuales, que habían desarrollado dos términos demoledores: feminazi para las militantes feministas y otra contracción aún más agresiva, mangina (man+vagina), para los traidores que las apoyaban. Mangina. Me reí un buen rato, quizá porque no estoy tan comprometido con la causa del feminismo como para merecer ese calificativo. Pero tampoco estoy listo para salir del armario posmachista, así que seguiré aferrado a mi manera de entender el feminismo. Solos Garzón y yo.

 

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