Política
Rosario Pérez

‘La amenza fantasma’

Quienes me conocen bien saben que hay pocasa cosas, muy pocas, que me gusten menos que una amenaza

Nuestra colaboradora Rosario Pérez. / Juan Manuel Dicenta

Algeciras

Quienes me conocen bien saben que hay pocas cosas, muy pocas, que me gusten menos que una amenaza. Aunque parezca presuntuoso pregonar bondades sobre uno mismo, me tengo por persona juiciosa, pacífica, tolerante y, por ello, bastante comprensiva. Y sin embargo, reacciono fatal, lo reconozco, desde el minuto uno en que me siento amenazada… Por algo o por alguien, lo mismo da.

Pues bien, estoy absolutamente convencida de que esta condición de mi carácter no es ninguna rareza mía, sino que, por el contrario, se trata de algo frecuente y común entre los individuos de mi especie. O sea, que a los seres humanos, así, en general, nos suele sentar bastante mal que nos amenacen… Tal vez por eso la Historia, con mayúscula, y las pequeñas historias, con minúscula, estén tan cargadas de ejemplos en los que amenazas completamente evitables (porque se podrían haber evitado con diálogo, paciencia, argumentos y eso que los diplomáticos llaman mano izquierda) acaban provocando consecuencias devastadoras y situaciones que luego cuesta mucho arreglar, si es que tal arreglo es posible. Dicho en lenguaje coloquial: que acaba siendo peor el remedio que la enfermedad.

Firma Rosario Pérez, 'La amenaza fantasma'

03:09

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Hace un año, más o menos, escribí un artículo que se titulaba “La amenaza fantasma”, y que tenía que ver con el callejón sin salida en el que parecíamos metidos (y ahí seguimos) en relación a Cataluña. Ahora, al sentarme a escribir estas líneas, algo más de 12 meses después, aquellas mismas tres palabras se me vienen a la mente al pensar en Gibraltar. El Brexit que el Reino Unido aprobó en referéndum, y el proceso de salida de este país de la Unión Europea, que se iniciará en unos meses, plantean un escenario inédito, complejo y difícil, que, inevitablemente, tendrá repercusiones a uno y otro lado de la Verja. Pero mal vamos si nos dejamos convencer de que con la prepotencia y la chulería se consiguen las cosas… independientemente de cuales sean los colores de las banderas bajo las que se pronuncien las gracietas.

No soy imparcial, lo admito. Aunque a mí no me vaya (que no me va) la vida en ello, aunque las facturas que se pagan en mi casa no dependan, hoy por hoy, del futuro que le espere a la colonia británica, vivo en una comarca cuya economía está estrechamente ligada a lo que pase al otro lado de la “Focona”… una comarca a menudo olvidada, que del Despeñaperros para arriba parece que sólo preocupa cuando se trata de salir en el Telediario. ¿Nos irían mejor a todos las cosas aquí, en este sur del sur de Europa, si los gibraltareños, algún día, llegaran a tener los dos pasaportes, el español y el británico? Cualquiera sabe…

Lo único que sí sabemos, o puede que tal vez a veces olvidemos y debamos recordar, es que por las malas no se suelen alcanzar las metas. Al menos, las metas más difíciles, que suelen ser las que verdaderamente merecen la pena.

Sabemos, también, que para los seres humanos los primeros impulsos, cuando nos amenazan, suelen ser dos: atacar, o salir corriendo… Rara vez la reacción suele ser la de echarse en brazos del atacante.

Y lo que también sabemos, y eso no necesitamos que venga nadie de Madrid a recordárnoslo, es que miles de españoles tienen que cruzar cada día esa anacrónica frontera, y no precisamente por turismo, sino, simple y llanamente, para poder ganarse el pan… Y el pan, o más bien, la falta de él, sí que no entienden de banderas.

 
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