Catarsis granota 2.0
El Levante ha sufrido una enorme transformación tras el descenso de categoría, mantiene a su masa social y recupera la identidad perdida
Valencia
El Levante necesitaba purificarse y no hay nada como el paso por el purgatorio de Segunda división para redimirse de los pecados cometidos antes de alcanzar la gloria.
Yo pertenezco a esa rara feligresía que cree que era necesario sacrificar la permanencia en Primera, perder un 'contratazo' de más de 40 millones de euros de derechos audiovisuales para regenerar de forma integral las estructuras deportivas del club y recuperar muchos de los valores que se habían dilapidado durante las últimas temporadas.
Así lo creí en julio de 2008 cuando se presentó el concurso de acreedores para finalizar con la gestión de Pedro Villarroel y así lo creí en mayo de 2016 cuando el equipo consumó su descenso.
Si Luis Manuel Rubiales, en nombre de aquella caótica plantilla, no hubiese instado el procedimiento judicial, no sé qué viabilidad hubiera tenido la entidad sin la presencia de una Administración Concursal que se puso la camiseta blaugrana para evitar la disolución de una sociedad sin futuro, sin rumbo y sin identidad.
Del mismo modo, si el Levante no hubiese bajado a Segunda seguiría instalado en ese acomodado bucle de fichajes recomendados por entrenadores y agentes compensados con el dinero de la televisión. Nunca habría construido un proyecto de equipo como el que arrolló al Zaragoza o al Mirandés y que se ha convertido en el más firme candidato para recuperar la categoría perdida, pero cimentado en el método y en el buen trabajo de la renovada dirección deportiva.
Los que llevamos muchos años pisando el Ciutat de Valencia detectamos rápidamente los estados de ánimo de su masa social y en un acto de sinceridad, compartirán conmigo que era mucho más emocionante celebrar un gol de Javi Guerra ante el Real Unión de Irún y con 3800 aficionados diseminados por las gradas, que contemplar el esperpento de Christian Riganó y Bruno Cirillo encadenando cigarrillos tras salir goleados del Santiago Bernabeu.
Jamás olvidaré las lágrimas que vi derramar a cientos de aficionados, a empleados del club y la cara desencajada del presidente, Quico Catalán cuando Mikel San José empataba para el Athletic de Bilbao en el tiempo de prolongación y paralizaba el latido de miles de corazones granotas que todavía soñaban con el milagro.
Solo han pasado seis meses de aquella fatídica mañana de abril que supuso otro punto de inflexión en la historia del Levante. El cadalso se llevó a Manolo Salvador (el hombre milagro), a Juanfran García (el último capitán), a Joan Francesc Ferrer ‘Rubi’ (con dos años más de contrato) y a un puñado de futbolistas que probablemente deambularían por la Primera división.
Ahora, en la fotografía actualizada de la familia se ve a 'Tito', a Carmelo, a Muñiz y a una plantilla remozada con once caras desconocidas, con escaso glamour y que visitan lugares tan exóticos como Miranda de Ebro para generar estados de euforia y dibujar la mayor sonrisa en el mundo granota desde que aquel ‘Euro Levante’, que también ganó (0-3) en El Madrigal y se ponía un 23 octubre de 2011 al frente de la clasificación por primera vez en su historia.
El Levante ha perdido una categoría, pero ha reconquistado en pocas semanas muchas de las señas de identidad que le conviertieron por unos días en el equipo más importante de la mejor Llga del mundo. Volvemos a ser lo que fuimos. Humilides.
José Manuel Alemán
Redactor de Deportes en Radio Valencia