Nuestro hombre

Córdoba

Dice la leyenda que algunas de sus canciones podían provocar, nada más escucharlas, que a las chicas se nos cayeran –literalmente- las bragas. Sin duda, hay que ser una gran mujer para saber lo bueno, dulce y fantástico que puede llegar a ser esto.

Es probable que haya bastante razón en ese mito. Nunca hay que subestimar la fuerza de la poesía, menos aún cuando viene de una voz que suena por igual a universo, a inframundo, a colchón incansable, a despedida y a mandamiento bíblico.

Muchas de nosotras reconoceríamos –con o sin ropa interior- la voz de Leonard Cohen hasta durmiendo. Era inconfundible ese sonido que se potenció con la fuerza, la intensidad, el erotismo y el misterio que sólo dan los años; era de ese tipo de hombres que siguen siguendo arrebatadores cumplan los años que cumplan…y créanme que sé de lo que hablo. Me refiero a esos hombres que aún más allá de la madurez saben hacerte temblar hasta las rodillas y viajar a ciegas. Cohen parecía saber amar hasta congelado, con la pasión del que sabe arrodillarse sólo por un buen motivo: por esas personas que merecen un rezo en condiciones.

Aleluya tú, querido, y todos los hombres que sabéis oir hasta el silencio. Maldito Hades que cada vez estás en mejor compañía y bendito tú que te has ido tan elegante, discreto, como un Orfeo. Quiero pensar que, posiblemente, buscando a tu Euridice…para ver si aún tus cantos tienen en Marianne el legendario efecto que adornaría el suelo del inframundo.

Que la tierra te sea leve y posen sobre ti esos cientos de besos que aún te debemos. Siempre supiste que eras nuestro hombre.