Sociedad
Al cierre

Jorgito

A Coruña

Jorgito tenía el perfecto aspecto de un gángster, diseñado casi con glamour cinematográfico, con aquella ceja unos milímetros por encima de la otra, con un par de agujeros-cicatriz en la frente y la curvatura siniestra de su cráneo, ancho a la altura de los ojos y delgado bajo los pómulos. No muchos se atreverían a mirarle tal y como él miraba a la cámara en la foto que le sacaron Nacho Romero y Ángel Cordero para su exposición de 2012.

Jorgito fue uno de los últimos en dejar la cárcel de la Torre. Después fue la prisión quien cumplió condena. Abandonada a su suerte desde que se convirtió en un búnker inaccesible, la cárcel de la Torre languideció musgo sobre cascote, viendo sus paredes despoblarse de piedras como a uno se le cae el pelo con los años, sin remedio. Parecía como si nuestros concienciados dirigentes quisieran que el recinto pagara por haber albergado tanto dolor.

Finalizada su pena, la cárcel de la Torre sigue teniendo en sus muros una poderosa lección para un país al que recordar siempre le escuece demasiado, que tiende a aparcar sus heridas como si el hecho de que dolieran fuera el producto antinatural de la insistencia de unos revanchistas. Como si pudieran no doler.

Cuando la prisión provincial abrió sus puertas algunos la apodaron 'El Hotel', porque en su diseño se tuvo en cuenta los postulados humanistas de Concepción Arenal. Ninguno de los que lo dijeron quiso, sin embargo, reservar habitación. Ahora que, inversión mediante, es posible recuperarla, valdría la pena al menos calcular si las palabras de Arenal pueden volver a servir de inspiración. Ya saben: "abrid escuelas y se cerrarán cárceles". Para recibir una lección de recuerdo, cultura y conocimiento.

 
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