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Una conversación con la arquitecta Patrizia di Monte y el cineasta Gaizka Urresti

Patrizia di Monte y Gaizka Urresti en los estudios de Radio Zaragoza / Miguel Mena

Zaragoza

Todo el mundo conoce el término “Séptimo Arte” como una forma de referirse al cine, pero pocos recuerdan que esa calificación procede del “Manifiesto de las Siete Artes” publicado en 1911 por el periodista italiano Riccioto Canudo y que en esa clasificación la arquitectura figura como la primera de las artes, por delante de la pintura, la escultura, la música, la danza y la literatura. Sabemos que Canudo incorporó al cine en séptimo lugar porque era el recién llegado, pero no por qué puso a la arquitectura por delante de todas las demás artes, cuando en tiempos helenísticos se consideraba que la que estaba por encima de todas las demás era la poesía.

Lo cierto es que el hombre, mucho antes de tener tiempo para la poesía o el cine, tuvo que construirse refugios en los que vivir y cuando salió de las cuevas inventó la arquitectura. La única de las artes que nació como un ejercicio de supervivencia, aunque hoy necesitamos todas las demás para vivir porque ya no entenderíamos un mundo sin música o sin cine.

 La arquitecta Patrizia di Monte nació en la región de Puglia, el sureste italiano, en una zona conocida como Gargano, donde según cuenta aún se conserva un castillo de origen aragonés. Estudió en Venecia, vivió un tiempo en Barcelona y finalmente, junto con su pareja, el arquitecto zaragozano Ignacio Grávalos, acabó abriendo un estudio a orillas del Ebro. Allí se gestó la idea del proyecto de regeneración urbana “Esto no es un solar”, bien conocido en el Casco Histórico de Zaragoza.

El cineasta Gaizka Urresti nació en Bilbao y creció en Portugalete, en la margen izquierda de la ría del Nervión, junto al famoso puente colgante. Es una zona de tradición industrial, aunque a él le gusta recordar que en el siglo XIX Portugalete era un lugar de relax para los bilbaínos y es la única localidad de esa zona que aún conserva un casco antiguo medieval. Además de director de cine, también es guionista y productor. En 2014 ganó el premio Goya al mejor cortometraje de ficción, dos años después de haber estado nominado al mejor corto documental.

Patrizia y Gaizka llevan muchos años en Zaragoza y ambos comparten una mirada sobre la ciudad bastante más positiva que la de muchos autóctonos, aunque en algún caso reconozcan que esa no fue la primera impresión.  

Patrizia di Monte- Yo me afinqué en 1998. Antes había estado de paso, para unas vacaciones de pocos días. Mi pareja es de Zaragoza y vivíamos en Barcelona, pero ya habíamos empezado a hacer algún proyecto aquí, algún concurso. De repente nos dimos cuenta de que era un buen momento para venir, que había oportunidades. Nos pareció un terreno fértil y decidimos instalar aquí nuestro despacho, aunque ya desde entonces hacíamos también concursos en Italia y llevábamos obras allí. Es un despacho que también tiene sede en mi país de origen.

Gaizka Urresti- En mi caso se podría decir que vine en dos fases. En 1993 conocí a la que hoy es mi mujer, porque yo estoy aquí por amor. Entonces vivía en Madrid, iba y venía, sobre todo los fines de semana, y ya es partir de 2006, con el inicio de Aragón Televisión, cuando me asiento y vivo aquí de continuo, pero para entonces ya llevaba trece años conociendo Aragón y haciendo trabajos aquí, como las clases que daba en el Centro de Producción Audiovisual o el tiempo en el que dirigí el festival Cinefrancia, el único de cine francés que había en España y que por desidia se perdió en 2007, precisamente cuando más repercusión podía tener por el auge de la Expo, y con la circunstancia de que en Francia sí que hay festivales dedicados al cine español. 

Antes de afincarse en Zaragoza, Patrizia y Gaizka tuvieron experiencias distintas en su primer acercamiento a la ciudad.

PdM- Para ser honesta, lo que me sorprendió la primera vez que vine es que me pareció una ciudad muy aislada y también me llamó la atención, quizá porque era Semana Santa, que había un gran apego religioso. Digamos que era por desconocimiento mío, porque tenía una idea previa de la ciudad como más moderna. También recuerdo que cuando buscaba alojamiento me decían “cerca del río”, y yo el río no lo encontraba. Decía, ¡pero dónde está el río en esta ciudad! Entonces me sorprendió mucho que era una ciudad con río y realmente no era un elemento que tuviera mucha presencia. Luego cuando volví, por varios proyectos que llevé más adelante, es cuando se va entendiendo que hay que devolver el protagonismo al río.

En aquel primer viaje, mientras nos acercábamos a la ciudad, también me chocó que el paisaje era muy diferente. Casi desértico. Me pareció una ciudad que tenía poco verde y la verdad es que la primera impresión no fue muy buena, tanto que me dije “jamás me mudaría a esta ciudad”.

GU- Mi caso es distinto. Para mí era una ciudad de amor, así que yo venía encantado. Llegaba todos los viernes con mucha ilusión y cuando me iba los lunes lo hacía con pena. Yo estoy muy agradecido a todo Aragón, pero me siento muy zaragozano. A mí me gusta esa idea de una gran urbe en mitad de la nada. Me gusta eso. Y no la veo aislada. Creo que es una ciudad que está en medio de un montón de sitios; a tres horas de Bilbao o Madrid en coche, a cuatro o cinco horas de Toulouse, a tres de Valencia. En ese sentido sí es cierto que parece que no hay nada alrededor, pero tenemos más de veinte millones de personas a tres horas escasas.

PdM- En contraste con esa imagen aislada, en el lado positivo, me sorprendió la alegría, la vida que había en las calles y las plazas. Un ambiente muy festivo, que en Italia es inimaginable porque no hay tal concentración de usos lúdicos en los espacios públicos. Esto me gustó muchísimo. Recuerdo que cuando volví a casa le contaba a mis amigos que jamás había visto una ciudad con tanta actividad en el espacio público. También porque por la deformación profesional mi mirada era la de quien analizaba los usos y flujos desde el punto de vista urbano, y eso me impactó muy positivamente.

GU- Es que Zaragoza es una ciudad muy divertida, y culturalmente muy vital. En mi primer contacto ya oí que había muchas actividades, un núcleo de creadores muy potente, y lo he ido comprobando con el paso de los años. Hay muchas más actividades de las que podamos abarcar cualquiera de los que vivimos aquí.

No deja de ser una paradoja que alguien como Patrizia, que en aquella primera impresión pensó que jamás podría vivir en Zaragoza, haya acabado dejando su marca en el urbanismo de la ciudad a través de “Esto no es un solar”, cuya génisis nos recuerda.

 PdM- Desde las primeras veces que venía siempre me llamó la atención esta gran presencia de espacios vacíos en todo el casco histórico. Totalmente salpicado por estos espacios que tenían mucho potencial. Nos pareció que eran lugares que podrían acoger algo, que pudieran acoger actividades o simplemente que pudieran abrirse a los vecinos y generar flujos, por lo menos en los ámbitos más degradados. Entonces estaban más aislados en la Magdalena y en San Pablo. Nada más llegar me llamaron la atención.

Empezamos a hacer propuestas al ayuntamiento, a la oficina técnica de planes integrales, y tuvimos la suerte de que empezaron a interesar. Casi empezamos como un juego. Hicimos un abanico muy amplio de propuestas, todas basadas sobre la reutilización y la rehabilitación. Estamos hablando del 2003, cuando estos términos no se utilizaban mucho en el diccionario urbanístico, pero hubo la gran suerte de que tuvieron una buena acogida. Empezamos a desarrollar propuestas de reutilización de cuarteles abandonados, como San Agustín o Pontoneros; de la imprenta Blasco, que nos parecía un edificio precioso, del palacio de Fuenclara, y un apartado menor en ese proyecto eran los solares, pero llamó mucho la atención a los técnicos del ayuntamiento porque realmente no encontraban salida y no sabían muy bien qué hacer con ellos.

La propuesta de los solares gustó mucho más que la de los edificios, que por supuesto necesitaba de mayor presupuesto, y empezamos con un festival de arte, en el marco del programa de actividades de “En la Frontera”. Simplemente invitamos a varios artistas europeos y ellos arrojaron su visión sobre estos espacios. Lo único que nos interesaba era que estos espacios, como herencia del festival “En la frontera”, pudieran seguir estando disponibles para el barrio, para los vecinos, y lo conseguimos. Aquello fue el primer pie que luego dio lugar al programa “Esto no es un solar”, por el que se han reconvertido treinta y cinco espacios de esta características, a los que habría que añadir otros cinco espacios autogenerados.

En el cortometraje con el que Gaizka Urresti ganó el Goya, “Abstenerse agencias”, aparece uno de esos espacios reconvertidos. Antes de verse recompensado con el máximo galardón del cine español, Gaizka hizo una apuesta personal al dejar un trabajo fijo en la televisión y volcarse por completo en el cine.

 GU- Siempre he cambiado de la televisión al cine. Cuando me fui a Madrid estuve cinco años en los servicios informativos de Telemadrid y lo dejé por el cine. Con todo el respeto hacia el trabajo en un medio de comunicación, quieras que no, al final hay cierta monotonía. Tenía la sensación de que cada día debía hacer lo mismo. En Aragón TV empecé con Aragón en abierto, pusimos en marcha ese programa, y al llevar un año sentía que los temas volvían a repetirse, aunque también es cierto que te da mucha excitación porque cada día es como una nueva película. Sin embargo, en una película de cine igual te tiras cinco años con ella, pero cada día es algo diferente, y con cada nuevo proyecto empiezas una nueva historia y eso no lo tienes tanto en la televisión. Fue una apuesta personal. 

Algo que también une a Patrizia y Gaizka es que ambos trabajaron para la Expo 2008. En el caso del cineasta se ocupó de la programación audiovisual en la Tribuna del Agua. Patrizia trabajó en el consorcio Expo coordinando todos los proyectos de la ribera del Ebro y del Canal Imperial y en las infraestructuras que entraban en el plan de acompañamiento.

PdM- Entré en la Expo porque en un principio, gracias a los estudios que había hecho del Casco Histórico, debía intentar impulsar intervenciones en esa zona, pero luego no hubo oportunidad porque el convenio no preveía financiación en ámbitos que no fueran colindantes con el Ebro o el Canal.

Yo había empezado antes a llevar adelante estas pequeñas propuestas de microurbanismo y regeneración. Siempre me ha interesado más recuperar, por una cuestión de formación. Creo que en Italia hemos aprendido unos años antes que en España el diccionario de la reutilización de los espacios existentes en las ciudades, sin duda debido a que allí la crisis del sector inmobiliario se adelantó a los años 80, que son los años en que yo empezaba a formarme. Por tanto veía la ciudad con otros ojos, quizá por eso tuve la oportunidad de fijarme en estos espacios que a la vista de todos no tenían la misma importancia que tienen hoy en día.

Hoy hablar de rehabilitación, de regeneración, de recuperar espacios en desuso es mucho más común. La experiencia de la Expo fue pasajera, pero sí que me sirvió mucho porque reforzó aún más mi idea de ciudad como modelo compacto y como idea de recuperar antes que extender. De hecho los primeros intentos que empezamos en el Casco Histórico, de estudios como la imprenta Blasco, el instituto Luis Buñuel o el cuartel de San Agustín, fueron gracias a un estudio que hicimos para el consorcio Expo y luego se llevaron adelante, aunque fuera un poco a contracorriente.

Cuando se nombra la Expo es inevitable recordar que el cierre de la misma, el 14 de septiembre de 2008, coincidió con el día en que se anunció la quiebra del banco americano Lehman Brothers, lo que se considera de algún modo el comienzo oficial de la gran crisis económica, una crisis que ha afectado mucho a sectores como los que ocupan a Patrizia y a Gaizka.

GU- En el cine ha habido una caída muy grande de los ingresos, tanto de las ayudas públicas como de las televisiones. Ha habido una polarización. Hay televisiones que apoyan pocos proyectos con mucho dinero y luego, igual que ha pasado al resto de la sociedad, la clase media, la película de dos o tres millones de euros, de repente es muy compleja de hacer. Se hace cine muy barato o cine muy caro. Yo he encontrado mi camino, pero es cierto que cuando analizo mi primera película producida en el año 96, “Chevrolet”, y la última, “Bendita Calamidad”, casi veinte años después, compruebo que los sueldos que estoy pagando son los mismos. Eso tiene que ver con que Canal Plus paga ahora menos que en el 96, que TVE paga ahora menos que hace veinte años, etc. Es una cadena. Lo hemos suplido con mucho trabajo, intentando siempre que la producción sea algo profesional. Aunque ruede un cortometraje, yo pago a todo el mundo, pero claro, en función de los retornos que pueda haber, que son pocos, porque los ingresos han caído y luego tampoco la taquilla permite recuperar mucho. Estamos haciendo algo que realmente, desde el punto de vista económico, es algo que sería inviable si no tuviéramos ilusión por hacerlo, y apoyo público. Sería imposible. Si fuera solamente por el mercado, el cine no existiría. No ya en Aragón o en España, ni siquiera en Europa en general.

PdM- Nuestro caso es curioso porque empezamos a encontrar terreno fértil justo en el momento de la crisis, cuando por fin nuestro discurso de reutilización empieza a tener más sentido. Todo lo que antes podía parecer como raro o innecesario, de repente se vuelve lo único necesario y lo único asumible. Por tanto nuestro estudio empieza a crecer cuando se clausura la Expo. De hecho todo el mundo nos estudia también como modelo desde el punto de vista de estrategia urbana gracias también a todas las redes que tenemos ahora porque hemos participado en muchos congresos, en muchos proyectos europeos. Viajamos mucho. Llevamos proyectos en Italia con muchas universidades, instituciones culturales, fundaciones, etc. Creo que hemos tenido la capacidad de acumular lo que hemos observado y aprendido. Nos parecía que había que buscar otros modelos porque siempre nos ha interesado mucho el modelo sostenible de crecimiento urbano. A nivel global.

No era una cuestión de Aragón o de España o de Europa, a nivel global no se podía seguir llevando esos ritmos de crecimiento, sobre todo sin tener presente lo que realmente era necesario. ¿Eran necesarias todas esas viviendas? ¿Eran necesarios todos esos nuevos servicios y nuevos equipamientos? Yo casi tengo que dar gracias a la crisis porque hemos tenido esta oportunidad de ensayar nuevas estrategias. Hay que saber identificar la oportunidad y hay que arriesgarse, saber encontrar el momento, también saber dialogar, saber explicar bien el mensaje, porque ha habido mucha capacidad de riesgo.

Yo siempre digo que Zaragoza es una ciudad que, con el tamaño medio que tiene, es un terreno fértil para poder experimentar. No es demasiado grande, pero tampoco es una aldea, por tanto a nivel urbano es un terreno que da pie a probar nuevas estrategias y sobre todo utilizar nuevas herramientas, que es quizá lo que más nos ha hecho crecer

Cuando tiene lugar esta conversación, Gaizka está trabajando a la vez en un par de documentales y el estudio de Patrizia se halla presente en el pabellón italiano de la Bienal de Venecia con un proyecto que desarrollan en la ciudad de Bolonia, también de regeneración de espacios públicos con la colaboración vecinal. Y ambos concluyen la conversación con una visión esperanzadora sobre el presente y el futuro inmediato del cine y de la arquitectura en Aragón.

GU- En el caso del cine ha habido una circunstancia insólita. Aunque ha llegado con un retraso de décadas, de repente en estos últimos años se ha dado una confluencia de proyectos, de Miguel Ángel Lamata, de Paula Ortiz, de más gente, y de repente es como para estar ilusionado. A pesar de la carencia de financiación. Incluso este año se están rodando películas como la de Nacho García Velilla o una en la que colaboro como coproductor, “Incierta gloria” de Agustí Villaronga. De repente dices, ¿qué pasa en Aragón? Es cierto que en crisis lo que no puedes hacer es contarle tus problemas al espectador. Tienes que contar historias que le entretengan, que le emocionen, y seguir trabajando. En ese sentido estoy esperanzado. Si hablamos de otras cosas, de la política o de la economía, en abstracto, evidentemente es como para deprimirse. Pero nosotros tenemos que hacer nuestro trabajo.

PdM- Yo siempre digo que no sé por qué los aragoneses no son capaces de estar orgullosos de su capital, porque realmente yo creo que Zaragoza es una ciudad de un tamaño medio, pero que a mis ojos tiene esa capacidad de asumir riesgos, de innovar, de buscar nuevas fórmulas, y que ha sabido siempre adelantarse. Por lo menos en el ámbito urbano, por ejemplo con esta gran operación contra la obsolescencia de edificios y el intento de volver a insertarlos como nuevos elementos vertebradores de nuevos usos en la ciudad, que es lo que se está intentando hacer ahora. Es algo que se está llevando como modelo al resto de Europa. Por lo tanto, a mis ojos, es una ciudad modélica en muchos sentidos.

 
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