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Sociedad
El Estilita

El embargo

A Coruña

No suelo acudir a muchas ruedas de prensa. Tengo colegas de profesión que se pasan la mañana corriendo de un lado a otro, del palacio municipal a la Delegación del Gobierno, y de la Delegación de Gobierno al edificio de sindicatos, para volver de nuevo a María Pita casi sin respirar, cribando las declaraciones para obtener un titular. Pero como yo cubro sobre todo noticias de sucesos, puedo pasarme días en la redacción, saliendo solo de cuando en cuando para comprobar un hecho u obtener una declaración. Así que cuando me enteré de que la Guardia Civil celebraba una convocatoria para dar a conocer la detención de una banda que se dedicaba a robar en colegios, me alegré tanto que aplacé el día libre para poder acudir. Pero había algo que me escamaba: la información de la rueda de prensa, que se iba a celebrar un viernes, estaba embargada hasta las diez de la mañana del sábado No es raro que se embargue un discurso para que no se publique el mismo día, antes de que tenga lugar el acto en el que se va a leer tenga lugar, pero que se embargara una rueda de prensa entera era insólito. Así que fui a la Comandancia de la Guardia Civil con algunas dudas más de lo habitual.

Cuando entré en la sala de prensa, se podía mascar el rencor por el embargo informativo. 0as redactores comentaban entre ellos el desplante del Instituto Armado mientras los cámaras desplegaban el cableado y enfocaban la mesa vacía tras la que iba a sentarse el mando de turno. Aquello era la última falta de respeto a unos profesionales que tienen que aguantar jornadas maratonianas, sueldos bajos, inseguridad laboral y la competencia de bloggers y twitteros advenedizos que frivolizan una información que hay que producir sin pausa porque internet la regala. Nadie respeta a la prensa, y alguien dijo que esto no pasaría si nos levantáramos a la vez y abandonáramos la sala. Pero nadie hizo el ademán. Sería un gesto vacío en un oficio en el que la gente se marcha siempre caminando hacia atrás para asegurarse de que la competencia no arranca una declaración de última hora al interfecto. En la puerta, el delegado de prensa, un tipo bajito y simpático, encajaba las quejas con el mismo talante con el que los picoletos aguantan las broncas de los mandos. Una de las redactoras, de la que sé por experiencia propia que tiene muy mal café, le preguntó a qué venía aquello de embargar una rueda de prensa y él aseguró que había sido idea de Madrid, y que le habían dicho que allí se hacía a veces, como insinuando que nosotros, en las provincias, no estamos al tanto de los últimas modas. Ella lo negó con el tono firme y tajante que empleaba conmigo cuando era un becario. "Yo trabajo para un medio que tiene una delegación en Madrid, y nunca había pasado esto", le rebatió. Media docena de cabezas asintieron a la vez, rubricando la afirmación.

Debía ser el único periodista que no estaba molesto con la situación. Por el contrario, sentía esa especie de divertida indiferencia que suele invadirme cuando alguien ha metido la pata y resulta que no soy yo. Nuestra espontánea portavoz le advirtió de que si esto volvía a ocurrir, nos pondríamos de acuerdo para no acudir a la rueda de prensa. Me sorprendió la seguridad con la que lo dijo, pero asentí como el resto mientras entraba en la sala el protagonista del acto, que resultó ser el jefe de la Policía Judicial. Aquello tampoco estaba previsto porque se suponía que el que nos iba a atender sería el coronel del puesto, o puede que el general. Un jerifalte, en todo caso. Pero nos había tocado un mando medio, que había cometido el terrible error de venir sin su arma reglamentaria.

Le habían metido en aquel lío a traición. Minutos antes de entrar, desesperado, y mientras le despojaban de su único medio de defensa, consultó al delegado de prensa qué debía a hacer si le preguntaban algo que no sabía. "Mira, tú solo di: 'Buena pregunta' y pasa a otra cosa", le respondió el experto. Estaba seguro de que había sido algo así porque, cada vez que uno de nosotros pedía una aclaración, él contestaba de esa manera, rígido como si estuviera en el desfile del Día del Pilar. Cuando me tocó el turno a mí, inquirí si era la primera banda especializada en robos en colegios de la que se tenía noticia. "Buena pregunta. Puede ser". Fingí garabetear algo en el bloc de notas. Quise saber por qué los colegios tenían tanto dinero en efectivo en sus cajas fuertes (habían robado 133.000 euros en 36 centros distintos) y nuevamente, resultó ser una buena pregunta. "Estoy en racha", comenté, arrancando carcajadas de mis colegas. El jefe de la Policía Judicial también sonrió, incómodo. Se lo estábamos haciendo pasar fatal a aquel hombre, que debía estar acostumbrado a tratar con endurecidos criminales. Cuando acabó todo, algunos nos levantamos y charlamos con él. "Creo que me tembló un poco la voz", nos confesó. Yo le tranquilicé y le aseguré que había mantenido el tipo. Y lo mismo le dije, con más sinceridad, al delegado de prensa.

 

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