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Los desiguales ≠

La opinión del periodista Jesús Mateos

Los desiguales

Los desiguales

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Valladolid

Cuando decimos ajustes recurrimos al eufemismo porque políticamente es de mal gusto decir recortes. Vemos cómo sobrevuela la voracidad del insaciable recaudador de impuestos para extraer de los españoles 7.500 millones de euros más, los que Bruselas condiciona a España como garantía del cumplimiento del déficit. Como en el día de la marmota, el FMI suele felicitar por la recuperación pero termina pidiendo más recortes. Implacable maniqueísmo para un escenario de crisis más estructural que de coyuntura. No necesitamos recortes, necesitamos reformas y tiempo para abordarlas, el suficiente para no ahogar el consumo.

Europa debe aportar generosidad, solidaridad y voluntad de convergencia para reducir la desigualdad de los países de la Unión que más sufren en la actual coyuntura económica. La secuela de la crisis y de las consecutivas medidas extractivas en España, han generado una nueva clase que soporta franciscanamente este doloroso escarnio. La vulnerabilidad de esta minoría sin voz la convierte en prácticamente invisible. Apenas reconocemos que el sufrimiento convive entre nosotros, aunque somos conscientes de que es tan real como insostenibles el elevado índice de paro, la precariedad laboral, los parados de larga duración y las jubilaciones con pensiones tan bajas que condenan a la pobreza energética. A esto se suman los recortes en la dependencia, en la educación y en la sanidad y las pérdidas de derechos y de libertades. Y no olvidemos la diferencia por ser hombre o mujer, la xenofobia, la violencia de género y los vergonzantes desahucios. Todo un menú para la desigualdad.

Las secuelas son incalculables: cientos de miles de familias españolas esquivan las amenazas y los monstruos de la pobreza, la marginación y la exclusión y han descubierto que existe la vida sin techo. Se escucha un clamor de solidaridad con la situación de tantos afectados, pero luego todo queda reducido a estadísticas de mercado para gloria del Big Data y de los sistemas binarios, que son capaces de torturar los números suficientemente hasta que cantan lo que la propaganda del político de turno requiere. Y mientras, se recurre a la caridad, con bancos de alimentos o limosnas callejeras para consuelo del colectivo que ha caído en la humillante precariedad. No es caridad lo que falta, sino justicia social, con políticas redistributivas justas y con menos favores para las élites y los imperios económicos. Es prioritario abordar con determinación la recurrente pero infructuosa lucha contra el fraude. Hemos consolidado un sistema que genera más desigualdad. La mirada solidaria no abarca para socorrer a tantas personas que escapan de la guerra y del hambre, que deambulan de frontera en frontera y no encuentran el refugio humanitario. Y en contraste, las corrientes con vientos nacionalistas emergen en defensa de lo propio despertando todo tipo de exclusión y de fobias sociales.

Son las nuevas fragancias que perfuman la sensibilidad social, las que sostienen que hablar de desiguales es pecar de populismo, de demagogia y de falsa retórica. Lo propio para reforzar su ideología aunque sea necesario retorcer, contra natura, los argumentos más solidarios. Ante la desigualdad no se produce el debate público, todo corre bajo un silencio discreto para no evidenciar, ante los demás, nuestra vulnerabilidad; razón por la que se evita el griterío, la bronca-reacción e incluso se renuncia a cualquier manifestación o movilización. La desafección y la desconfianza en los dirigentes y en las organizaciones sociales que los representan, se fundamentan en las posibles incompetencias o connivencias con el poder. Ante este escenario es fácil pasar de la desesperanza a la melancolía y de la frustración al resentimiento, es lo que les espera a los desiguales, que ya son muchos.

Mientras, la política toma su rumbo sin causa común, con una representación parlamentaria más desigual y fragmentada que nunca. Los cuatro principales partidos siguen sus debates internos en el reparto del poder. Y un resto de minorías parlamentarias se posicionan más en la reacción de las singularidades y reivindicaciones históricas, donde anida un terco espíritu secesionista los hace más desiguales.

La conciencia social no se forja con la arrogancia de la autoridad moral, ni con la doctrina de posición de clases dominantes, se tiene que formar en el crisol de la educación y en el espíritu de las aulas, con análisis, reflexión y autocrítica. La sociedad, en su metamorfosis sistemática, genera nuevas sensibilidades sociales que alimentan la percepción de su tiempo real a través de la relatividad mediática y al compás del ruido que irradia el enjambre de las redes sociales.

Todo parece un relato que compartimos en secuencia virtual y ante tanta desigualdad, una laxa conciencia generalizada da la razón a la sinrazón y relativiza la percepción de la corrupción, de la insolidaridad, de la pasividad y del borroso y debilitado estado de bienestar que aspira como mucho a discutir los servicios esenciales. Mientras, dirigentes con un despotismo benevolente heredado de los comienzos de la Ilustración, pavonean el buenismo estético que ejerce la política social en España, con más paternalismo que convicciones. Magnifican la generosidad, destacando el Señor Montoro, Ministro de Hacienda y Función Pública, los 300 mil millones de euros, en gasto social que alcanzará este 2016. Las autonomías no se quedan atrás, por ejemplo, el 80 % del gasto en Castilla y León está en el capítulo social. Pero lo importante no es sólo cuánto se gasta, sino cómo se gasta.

Seguimos sin entender cómo cada vez somos más desiguales. Algo estamos consiguiendo, pronto todos seremos desiguales, aunque siempre unos más que otros.

 
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