Calentamiento local
A Coruña
Después de correr bajo la lluvia llegué, jadeante, a la biblioteca vecinal de Monte Alto. Al fondo, encastrados entre una mesa y estanterías repletas de libros, se encontraban los ponentes: el concejal de Regeneración Urbana, Xiao Varela; las antiguas concejalas de Movilidad, la socialista Yoya Neira y la popular Begoña Freire, y la nacionalista Avia Neira. Estaban allí para exponer ante 40 personas sus diferentes visiones de cómo debería peatonalizarse el barrio. Tras despojarme del abrigo y la bufanda, me froté las manos, pero no para entrar en calor: tenía grandes esperanzas depositadas en este encuentro ciudadano. Había estado allí meses atrás cuando Varela, en solitario, explicó a los presentes que tenía la intención de peatonalizar la calle de A Marola, y había tomado nota de cómo el edil se sofocaba mientras escuchaba las quejas de los vecinos.
Varela había luchado, pero en vano. Había algunos pocos simpatizantes de la peatonalización entre el público, pero la mayor parte eran currantes para los que los problemas de la movilidad sostenible o del cambio climático no eran más que palabrería comparados con el desafío cotidiano de llevar a los niños al cole o de llegar a tiempo al trabajo. A medida que la situación se decantaba en su contra, el edil se ponía más y más rojo. “Os pido que penséis que modelo de ciudad queréis, estas obras siempre son polémicas”, pidió. Cuando le dijeron que gracias pero no, gracias, anunció su decisión de seguir adelante. Un vecino se lo reprochó, pero yo estaba fascinado: en una sola sesión, Varela había pasado del asambleísmo de la Marea al despotismo ilustrado. Lo titulé “La Marea choca contra el escollo de A Marola”.
Aquello había obligado al Gobierno local, formado por teóricos universitarios, a reconocer en una comisión que mediaba un abismo entre su forma de pensar y la del hombre de a pie y que serían necesarios varios encuentros para conseguir que los vecinos cambiaran de opinión. Lo reveló la concejala nacionalista, una mujer con carácter cuya irrelevancia en el Gobierno local (es la única edil del BNG) le otorga libertad para decir lo que piensa. Pero mi esperanza de que los políticos se devoraran entre ellos se esfumó enseguida. Para empezar, la socialista, Yoya Neira, apoyaba al Gobierno local. No solo porque seguían un plan de movilidad redactado durante su mandato, sino porque la propia Yoya sabía lo que era enfrentarse a los vecinos. Había intentado modificar una línea, la 12A, para mejorar el servicio al Materno, y la gente había reaccionado como si hubiera ordenado poner chinchetas en los asientos de todos los buses, así que tuvo que dar marcha atrás. Se notaba que compadecía a su sucesor en Movilidad, Grandío, que corre serio peligro de ser linchado el año que viene, cuando cambie todas las líneas de bus.
Pero en esa ocasión el único que lo pasó mal fue Alberte, el joven presidente de la asociación de vecinos, que oficiaba de moderador y que trataba de controlar las intervenciones con el cronómetro de su móvil. El público que hacía preguntas a los políticos le ignoraba, igual que la mayor parte de los concejales, sobre todo Freire, que tiene la costumbre de leer el discurso preparado sin quitar ni poner una coma, y a la que no inmutaron los aspavientos de Alberte. Tras dos horas aguantando la respiración, mis esperanzas de que aquello degenerara en una turba furiosa abroncando a los políticos se esfumaron. Varela estaba encantado. “Esta vez se ha hablado menos del aparcamiento y más del modelo de ciudad que queremos”, concluyó, cuando finalizaba el acto. Yo estaba preocupado porque a mi titular le iba a faltar garra, pero me resigné a esperar a que la peatonalización comenzara a hacerse realidad y los vecinos de Monte Alto tengan que practicar el juego de las sillas con sus coches. Cuando ocurra, incluso a los más desquiciados negacionistas del cambio climático tendrán que reconocer que el uso del vehículo particular es responsable de que se caldee la atmósfera.




