Coll estrenó en el Xúcar “Otelo, el moro de Valencia”
Esta semana en "Páginas de mi desván" José Vicente Ávila nos hace un repaso por los inicios como artista de José Luis Coll
Cuenca
Hace 63 años, José Luis Coll, que entonces era un incipiente escritor de un periódico de provincias, estrenaba en Cuenca, un 4 de enero, su primera obra teatral. Nos remontamos al 4 de enero de 1955, fecha a la que nos traslada este martes José Vicente Ávila en Pàginas de mi Desván, bajo el título “Coll estrenó en el Xúcar “Otelo, el moro de Valencia” y la película de su infancia”, en este caso 31 años después, en septiembre de 1986, en ambos casos en el desaparecido Teatro Cine Xúcar.
Los inicios de José Luis Coll en Páginas de mi Desván
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La figura de José Luis Coll, tanto a nivel nacional, como a nivel local o provincial por toda la producción que dejó para exaltar a Cuenca, nos daría para varios programas, y el año pasado ya le dedicamos uno más genérico bajo el tíulo de “El Collquensismo”, al cumplirse los diez años de su muerte. Esta vez la idea es resaltar cómo José Luis Coll, tanto cuando empezaba, como cuando estaba en la cresta de la ola artística, eligió a Cuenca, y en concreto al Teatro Cine Xúcar, para el estreno, de su primera obra teatral y para la presentación o estreno de la película “El hermano bastardo de Dios”, basada en la novela del mismo título, en la que venía a relatar su propia infancia. La película fue nominada para el León de Oro en el Festival de Venecia y obtuvo dos nominaciones para los Premios Goya. Entre ambos estrenos pasaron 31 años, pero Cuenca estaba siempre en la agenda de José Luis Coll.
Los inicios de José Luis Coll
Conociendo el talento humorístico de Coll, ya el título nos lleva a pensar en la doble intención y en cualquier enredo, pues como es sabido, la acción de la tragedia teatral del “Otelo” de Shakespeare” es la del moro de Venecia, y la tragicómica farsa de Coll, nos llevaría a la “luna de Valencia”. Cuando José Luis escribió esta obra, estrenada el 4 de enero de 1955 en el Xúcar, el escritor y humorista, que contaba con 23 años, ya destacaba en la prensa local, en este caso en “Ofensiva”, platina y crisol, dicho en lenguaje tipográfico, de tantos escritores y periodistas conquenses de las décadas de los 50 a los 80, tanto por sus ingeniosos artículos como por sus actuaciones teatrales en el Grupo Artístico de Educación y Descanso. Los comienzos de Coll fueron en el teatro aficionado de Cuenca, con actuaciones en obras como “¡Qué hombre tan simpático!” o “La pluma verde”, además de sus colaboraciones periodísticas, pues José Luis trabajaba en la oficina de Abastos.
Estreno en el Xucar
Aquel 4 de enero de 1955, que era martes, y en dos sesiones, el Teatro Cine Xúcar tuvo muy buenas entradas, porque aparte de la obra teatral que se estrenaba, hubo también un fin de fiesta con diversas actuaciones como las de Mary Luz Porral, que interpretó “La leyenda del beso”; María del Rosario López, que cantó “Chulapa mía”; Lolita Poveda con el pasodoble “Serva la Bari”, que era como se conocía a Sevilla, y Carmelita Rubio, con las canciones “Plata y marfil” y “Pena, penita pena”. Además del niño Vicente Alfieri, presentado por Coll, que cantó “Adiós mi España querida”, entre la ovación de sus once hermanos, que estaban en primera fila.
La reseña la realizó Andrés Gallardo, maestro y periodista al que bien conocí. En el titular del periódico se puede leer: “Constituyó un éxito el “Otelo, Moro de Valencia”, de José Luis Coll, y en un sumario citaba a Francisco Huerta como un magnífico intérprete, que se revela con grandes posibilidades. Apuntaba Gallardo que el joven autor dirigió la representación, que se dividía en dos actos (tres cuadros). La obra tiene gracia y originalidad en muchas de sus partes. El autor, como novel, maneja en cada escena dos personajes principalmente, abandonando a los restantes, y este defecto se atenúa en el primer cuadro del acto, a nuestro juicio el más completo de todos.
De 1955 a 1986 pasaron 31 años para el segundo estreno de una obra de Coll en Cuenca y en el Cine Xúcar, con la película “El hermano bastardo de Dios”, basada en la novela homónima del siempre recordado escritor conquense.
José Luis Coll publicó en 1984 la novela “El hermano bastardo de Dios”, de la que se hicieron varias ediciones. El guión de la película, adaptado de la novela de Coll, es de Agustín Cerezales y Benito Rabal, que fue el director del largometraje, rodado totalmente en Cuenca en la primavera de 1985. Un rodaje por cierto que coincidió con la serie de televisión “Clase media”, así que los vecinos del Casco Antiguo, y sobre todo de Zapaterías y El Carmen vivimos con intensidad aquellos “días de cine” e incluso mis hijos aparecen en ambas producciones. El caso es que una vez que la película quedó montada, José Luis Coll convenció a la productora de que el estreno se hiciese en Cuenca.
Fue la segunda película española que se presentó en el 43 Festival de Venecia. Tras su proyección, en “El País” se leía que “en El hermano bastardo de Dios se nos cuenta algo que hemos visto mil veces -la crónica de los años de la guerra civil- pero de una manera distinta, desde un punto de vista que no es el clásico. Aquí la mirada es la de un niño, que convierte en un cuento de hadas, fantástico y terrible a un tiempo, su descubrimiento de lo que es la vida”. En Cuenca se estrenó el 13 de septiembre de 1986, en una sesión a beneficio de la Cruz Roja y con un precio de 1.000 pesetas, y la presencia de varios actores, además de José Luis Coll y el ministro Virgilio Zapatero, a la sazón diputado por Cuenca.
El Xúcar se llenó y las grandes expectativas se tornaron al final en disgusto, sobre todo para los responsables de la película, empezando por el director, por un problema con el sonido, que fue como un jarro de agua fría. No extraña por tanto que “Gaceta Conquense” titulase el acontecimiento como “Gloria y polémica de un estreno”. Primero habló José Luis Coll para agradecer que su novela fuese adaptada para la película, alabando el resultado obtenido, y aclarando o pidiendo disculpas por si alguna persona se sentía herida por el contenido de la obra, señalando que “nunca ha sido mi intención”. Alguna insinuación hubo sobre el tratamiento de los diálogos y las acciones de los niños y niñas en su despertar a la adolescencia, que era tal cual, pero visto en la pantalla con el paso del tiempo provocó alguna reacción de provincianismo.
-Recientemente, en noviembre pasado, el Consorcio Ciudad de Cuenca aprobó rehabilitar el Mirador sobre el Júcar, que se dedicará a José Luis Coll.
-Es una deuda pendiente desde hace diez años, que son los que se han cumplido ya desde su fallecimiento. Cuenca no puede olvidar a José Luis Coll, que tiene calle en el barrio de San Martín junto a Mari Carmen y José Luis Perales. El proyecto del Mirador, que linda con la ermita de San Isidro, ha estado parado durante demasiado tiempo, por unas u otras causas, y parece que este año puede ser realidad, pues el Consorcio aprobó unos 190.000 euros para ese bello lugar que esperamos sea respetado, pues han desaparecido las barandillas de costeros de madera que había. Cuenca debe devolver a Coll todo lo que hizo por la ciudad en sus infinitas apariciones, y que se resume en una frase: “Soy de Cuenca, cosa que muy pocos podemos decir”. Esta vez, y para cerrar el programa, he encontrado un artículo de José Luis Coll, titulado “Cuenca, capricho de la Naturaleza”, que curiosamente yo también titulé en un guión televisivo en 1995, desconociendo este artículo de Coll, publicado en el año 1953, en el periódico “Solidaridad Nacional” de Barcelona, cuando el escritor tenía 22 años. Si te parece, Luisja, lo damos a conocer a nuestros oyentes:
De la misma forma que observamos una tienda de anticuario, y en algún apartado rincón detenemos la mirada para observar la vida empolvada que se duerme, y que nos hace resucitar las horas pasadas del conjunto que admiramos, así, España guarda, celosamente, un rincón donde dormitan la historia, la leyenda, la tradición y la poesía.
Es Cuenca, lector, la que pretendo poner ante tu mirada distraída. La Cuenca que aún cobija como huella indeleble, los vestigios de su larga vida, de su historia y sus costumbres, de sus hombres celtibéricos, de su nobleza hidalga que se adivina en cualquier recodo de una calleja o en las bóvedas de las iglesias; esa Cuenca vestida de verde y roca; esa Cuenca, pléyade de arcanos infinitos; esa Cuenca, antigua y nueva como el tiempo, como el aire, como el latido..
Más no quisiera, lector amigo, que por estas palabras, formaras un juicio equívoco y más creyera que se trata exclusivamente de una ciudad monasterio o de un retiro de reposo espiritual únicamente. Nada más lejos de la verdad. Cuenca dispone de ese don mágico que para todos tiene una palabra o un gesto acogedor, una sonrisa de encanto o un ademán de dulce reproche.
Salta, lector, desde tu nido, y vuela a mi lado con las maravillosas alas de la imaginación por esta ciudad escondida. Te mostraré, allá abajo, desde la cima del Socorro, a la “Bella Durmiente del Bosque” –como la definió Eugenio D’Ors--. Y desde este mismo lugar, verás el trágico Puente de San Pablo sobre una lágrima larga. Contemplaremos los cientos de casas antiguas que desafían al vértigo sobre otros cientos de piedras milenarias.
Y en el atardecer, formando pantalla con nuestras manos, admiraremos las maravillosas combinaciones de luces que juegan sobre la ciudad, sobre la puntiaguda torre de El Salvador y sobre el morisco minarete de la de Mangana.
Y cuando todavía no hayas podido saciarte de tanta contemplación, iniciaremos un vuelo fugaz desde nuestro Socorro, por encima del pozo de arte sacro, la Catedral. Nos situaremos en la breve torreta con tres campanas diminutas, de la ermita de las Angustias. Allí verás acudir, como un flujo y reflujo de mar, centenares de penitentes descalzos, a dejar una vela o una lágrima bajo el altar de la Madre Angustiada.
Y podrás llenar tus pulmones de aire limpio con olor a chopo, pino y Júcar, desde esta placeta de la ermita, arrullada por el canturreo de sus pájaros y de su fuente escondida entre piedras, con peluca de yedra.
También desde aquí mismo, podré mostrarte el “camino de El Calvario” con sus cruces en la roca bajo el mágico portento de mil piedras caprichosas que se yerguen como titanes en guardia, cual si todavía fuesen soldados de Alfonso VIII.
Y si ya presintiera que tú, compañero de vuelo, acusabas cansancio ante la contemplación de esta vida con apariencia de sueño, te haría fijar en la mirada en otro fondo, la Playa Artificial, donde multitud de puntos negros mueven los remos de las escuálidas piraguas…
…donde los bañistas se zambullen alegremente en el verde espejo, o donde los que espectan, degustan con fruición cualquier licor, sentados en la terraza circundada de rosales.
Y, lentamente, nos remontaríamos en nuestro extraño vuelo. Te mostraría desde la altura el poético rincón de “San Julián el Tranquilo” escondido en el suave pliegue de la falda de una montaña, con una fuentecilla breve en la que, el Santo Obispo, humedecía los mimbres de sus cestas.
Volaríamos luego hacia la ciudad, pasando por el típico “Recreo Peral” junto a la no menos típica y pintoresca “Fuente del Abanico”, con sus eternos tres caños de agua helada que dan su frescor a los vinos.
De esta forma, amable lector, apreciarías en Cuenca, no solamente la quietud monástica que da paz al espíritu, sino un conjunto de maravillas, hechas por mano divina, que calificarías de “un capricho de la Naturaleza”.
Vuela, pues, ahora, tú, lector, cuando se acerca el verano, y ve por tus propios ojos lo que yo no pude contarte en unas líneas solamente. Y cuando de nuevo tengas que marcharte, notarás la insólita sensación de que algo tuyo, muy tuyo, se queda en este sin par rincón de España”…
Aquí vemos a un Coll más poético, sensible, con su ardor juvenil. Un artículo que bien merecía la pena reflejar en uno de los puntos de ese Mirador al Júcar que ojalá pronto sea una realidad.