Por no variar

Santa Cruz de Tenerife

Se nos acabó 2017 y vinieron y se fueron sus Majestades de Oriente. Y aunque todavía nos andemos felicitando el año nuevo por aquello de que hasta San Antón, Pascuas son, casi todos hemos vuelto a la rutina. Para los que trabajamos en esto, quizá, el retorno al resumen diario que nos deja la vida en titulares sea un poco más deprimente que para el resto. Porque siguen contando las mismas penas. No es que esperase uno milagros, pero en fin...

2017 fue el año de las mujeres, dicen. Pero pese al show de empoderamiento capitaneado por la imponente y enlutada Oprah en los Globos de Oro, nos siguen abofeteando a diario casos de niñas violadas y asesinadas, jóvenes secuestradas y asesinadas, mujeres maltratadas y asesinadas... Y aprovechando el tirón de la sororidad ¿qué hemos hecho? Pues entregarnos a discusiones filosóficas sobre el límite de la rebelión... Muy acertado. Y muy útil, sobre todo.

2017 fue en este país el año del gran desafío soberanista. El conjuro que iba a resolverlo (repetir incansablemente el número 155 hasta el Gran Aquelarre del 21 de diciembre) falló. Probablemente, porque la Luna Nueva no estaba lo bastante nueva. Por lo visto, para lo de conjurar, también somos españoles.

Y en Canarias seguimos atascados en nuestros líos vernáculos. A saber: metafóricamente, gas sí, gas no; la triple paridad es buena o mala; los empresarios engañan mucho o poco a la seguridad social. Y físicamente, en las autopistas, donde, mientras volvemos y no a coger la costumbre de las colas, tocamos a 3 o 4 accidentes diarios...

Y dice uno ¿para esto hemos comido uvas, abierto champán y matado pajaritos a base de fuegos artificiales? ¿Para esto hemos comprado un calendario nuevo? Pues vaya... Con haber puesto BIS...