¿Quién fue el doctor Galíndez y por qué tiene una calle en Cuenca?
La conocida simplemente en Cuenca como La Calle tiene nombre propio, Doctor Galíndez, un oftalmólogo que atendió de forma desinteresada a muchos enfermos de Cuenca en las primeras décadas del s. XX
Cuenca
Esta semana, José Vicente Ávila, rescata de las Páginas de mi desván para los oyentes de Hoy por Hoy Cuenca la historia del doctor Jesús Galíndez, que no era de Cuenca, pero que acabó siendo Hijo Adoptivo de la ciudad y con una calle con su nombre. “La calle de la noche tiene nombre propio: Doctor Galíndez, el médico de los pobres”. Con este título no hablamos de las noches de copas, sino del nombre propio de la calle. ¿Quién era el doctor Galíndez?
¿Quién fue el Dr. Galíndez y por qué tiene una calle en Cuenca?
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Jesús Galíndez y Rivero, el doctor Galíndez, nació en la localidad alavesa de Amurrio en 1887, hijo de Fermín Galíndez y Valentina Rivero. Cursó el bachillerato en Bilbao y la carrera de Medicina en Madrid, licenciándose con sobresaliente en la promoción de 1910, llamada histórica. Recién doctorado ante un tribunal presidido por Ramón y Cajal, ingresó como profesor en el Instituto Rubio y tras un concurso-oposición lo hizo en el Instituto Oftálmico Nacional, trabajando junto a los profesores Castresana y García Mansilla y ese año de 1911 se le nombró jefe de los Servicios de Oftalmología del Hospital-Asilo de San Rafael, de Madrid.
Su relación con Cuenca comenzó hacia 1911 y fueron casi veinte años de presencia en la ciudad en los días señalados de la Semana Santa y de las fiestas de San Julián. En esas fechas se desplazaba a Cuenca con sus ayudantes para operar o pasar consulta, como se puede dar fe en este anuncio del año 1915 en la prensa de Cuenca: “Enfermos de los ojos. Todas las personas que padezcan de la vista, pueden consultar (como en años anteriores), en esta ciudad, con el conocido especialista en enfermedades de los ojos, Doctor Galíndez, médico-oculista, del Instituto Oftálmico Nacional, del Asilo de San Rafael y del Instituto Rubio de Madrid, durante la próxima Semana Santa. Los miopes, los de vista cansada, los operados de cataratas, etc., pueden graduarse sus ojos, por medio de lentes o gafas y ver muy bien. A los de catarata, rija, pestañas metidas en los ojos, etc. etc., les operará. Los ciegos sabrán si tienen remedio. Este distinguido oculista pasará consulta en el Hotel Iberia desde el día 28 de marzo al 8 de abril próximo, de 9 a 12 de la mañana y de 3 a 5 de la tarde”. En otros horarios atendía, de manera gratuita, a los enfermos pobres en el Asilo Municipal de San Antón, que estaba situado en el edificio actual de la RACAL, que entonces tenía una planta menos.
Por entonces solo existía en Cuenca el Hospital de Santiago y alguna clínica privada con escasos medios. Por ello, aprovechando los días de la Semana Santa y de las fiestas de San Julián, que venía gente de los pueblos, se desplazaba desde Madrid para atender enfermedades de la vista. El doctor Galíndez comenzó a pasar sus consultas en el hotel Comercio, que estaba situado en el mismo edificio que el Casino de la Constancia, en el Parque de San Julián. Otros años recibía a los pacientes en una casa que alquiló en la plaza de Santo Domingo, en el hotel Iberia de Carretería y en el número 24 de la calle Andrés de Cabrera. En el caso de atención a los pobres, de manera altruista, los atendía en el citado Asilo Municipal de San Antón o en la cercana Casa de Beneficencia, donde incluso operaba al contar allí con enfermería. Durante el resto del año él tenía su consulta en Madrid y también se desplazaba a su pueblo, Amurrio.
Para darnos una idea de la categoría humana de este oftalmólogo, Santiago Martínez Escribano escribía en “El Día de Cuenca” del 30 de marzo de 1918, bajo el título de El doctor Galíndez en Cuenca, este texto que extractamos:
“¿Quién desconoce la distinguida y elevada personalidad del ilustre oculista, del eminente oftalmólogo, del sabio y filantrópico doctor D. Jesús Galíndez, siendo en la actualidad una de las figuras cumbres de nuestra clase médica? Pretender ensalzar sus relevantes dotes, describir con acierto y fidelidad la grandeza de sus excepcionales aptitudes (siquiera se procediese en estricta justicia), encomiar su intensa labor con apropiadas frases, prodigar un elogio merecido a su bienhechor influjo sería vano intento. […]
Su fama, por doquier propalada y unánimemente reconocida, nunca hubo de cimentar con significados reclamos la sólida base de su consolidación. Los que se honran con su cordial amistad y conocen al detalle su hidalgo proceder y competencia, no ignoran que el alto puesto que hoy tan dignamente ocupa lo tiene por propios merecimientos.
El carácter extremadamente amable del Sr. Galíndez, su tierna solicitud para con los enfermos, le granjean el cariño y la amistad de todos.
¡Cuántos infortunados llegan en demanda de sus auxilios! ¡Cuántos labios a impulso del agradecimiento se entreabren para bendecir su nombre!
¡Qué satisfacción tan grande debe engendrar en su alma altruista y generosa el hacer el bien por el bien, sin idea de lucro, a esos desheredados de la fortuna que, a falta de otra moneda, le pagan con el llanto emocionante de la gratitud!...
Yo he presenciado, hondamente conmovido, varios casos en que balbuciendo palabras incoherentes y vertiendo lágrimas, el padre, la abuela o el hermano del paciente ante el milagro obrado por la ciencia, no han sabido de qué modo expresar su eterno reconocimiento!
El esfuerzo que tan desinteresadamente realiza el insigne filántropo con los pobres de esta provincia, es altamente laudable”.
Termina el articulista aportando datos de las atenciones prestadas durante la feria de San Julián de 1917: número de enfermos nuevos para consultas, 156; número de operaciones, 50; número de asistencias, 750.
Una calle en Cuenca
La idea cuando llevaba unos ocho años desplazándose a Cuenca en esas fechas tan señaladas, y tras las fiestas de San Julián de 1919, en la sesión municipal del lunes 22 de septiembre; según refleja la prensa, el concejal González Pastor tomó la palabra para hacer los honores al doctor Galíndez ante el Pleno, elogiando los méritos contraídos en los nueve años que lleva viniendo a Cuenca y provincia a tratar enfermos de la vista, “dedicando –señalaba el edil— el enorme caudal de sus conocimientos científicos al servicio exclusivo de los enfermos pobres, y por ello cree el concejal que el Ayuntamiento está en el momento oportuno de demostrarle su gratitud, proponiendo que se dé a una calle o plaza de la ciudad, que podía ser la de Santo Domingo, donde ha vivido dicho señor o cualquiera otra que se designe”. Todos los concejales estuvieron conformes con la proposición, que pasó a la Comisión correspondiente.
Semanas más tarde la calle Nueva, que había surgido entre las huertas del puente de Palo, con salida y entrada desde las calles del Agua y Calderón de la Barca, se denominó del Doctor Galíndez.
Un homenaje
En 1921, aunque no hubo feria de San Julián por la guerra de Cuba, el famoso oculista se desplazó para seguir su labor, pues el año anterior había sumado más de 500 consultas. Aunque no hubo fiestas tuvo lugar un acto muy entrañable que pasamos a reseñar. En su edición del 9 de septiembre de 1921, y bajo el título “Entrega de un diploma”, “El Día de Cuenca” se hace eco del acto celebrado en las Casas Consistoriales el jueves día 8, en el que se le hizo entrega del título de Hijo Adoptivo de Cuenca, por parte del alcalde José Martínez Sanz. Se informa que “al doctor Galíndez, afamado oculista, que paso a paso ha alcanzado la justísima nombradía que hoy goza en la especialidad médica a la que con infatigable laboriosidad se dedicó desde que salió de las aulas, se le hizo entrega, en un acto grandioso por su sencillez, un severo pergamino, primorosamente ejecutado por el dibujante señor Sierra, donde se le acredita como hijo adoptivo de la ciudad, al que se hizo acreedor por los incontables servicios de su profesión realizados a los pobres y su acendrado cariño a este rincón conquense”.
Señala el periódico de Cuenca que son incontables las veces que la prensa en general se ha ocupado del trabajo de este experto cirujano y sus sentimientos humanitarios en favor de los ciegos faltos de recursos que “el vecindario unánime y la prensa toda ha loado el buen acierto de los ediles al tributarle tan singular merecimiento en premio a tan relevantes servicios”.
Con calle a su nombre y el título de Hijo Adoptivo, el doctor Galíndez siguió desplazándose a Cuenca, porque le que le importaba era los pacientes. Según se desprende de las informaciones, no era hombre de halagos, sino de estar al pie de los “optotipos” que permiten descubrir la agudeza visual, o sea, las letras y los números. En 1923 se informaba que cada año su clínica en Cuenca se ve más concurrida, hasta el punto que durante los días que ha permanecido en la ciudad ha tenido que trabajar más de doce horas diarias, sin descanso alguno, asistido de sus tres ayudantes y llegando a practicar más de veinte operaciones diarias. “Labor admirable la de este hijo adoptivo de Cuenca, que tantos beneficios hace a los desheredados de la fortuna”, se cita en la prensa local. Pero esta labor no la realiza solamente en nuestra provincia, sino que en su tierra de Amurrio ha sido objeto de un gran homenaje y se le ha nombrado Hijo Predilecto.