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La libertad de expresión en provincias

El comentario de Juan Francisco Rojo

La libertad de expresión en provincias

La libertad de expresión en provincias

Palencia

El secuestro judicial de un libro, la retirada de una obra en ARCO y la pena de cárcel para un rapero, han abierto el debate, más que necesario, sobre la libertad de expresión. Algunos medios, de tinte progresista, han hablado de 24 horas negras para el ejercicio de un derecho que nunca debería cuestionarse siempre que se ejerza de forma adecuada. Ahí hay un debate: dónde está la línea que marca el ejercicio certero de esa libertad de expresión. Pero no, de eso no quiero hablar hoy, sino de otra forma más sibilina de cercenar ese tipo de libertad. No suele ser noticia y fundamente se ejerce en provincias.

Históricamente hablando, han existido, existen y existirán políticos que en lugares como Palencia están ávidos de controlar a los medios de comunicación para que informen a su gusto. Este afán controlador no es patrimonio de un solo color político. El gestor público que derrocha simpatía de puertas hacia fuera, a veces esconde en su interior la hiel de la soberbia que da el poder y la influencia, cuando un medio de comunicación no le es favorable o no cuenta lo que él o ella quiere que cuente. Lobos con piel de cordero. Y esa es una forma de atentar contra la libertad de expresión. No todos son así, y si alguno de ellos lee o escucha este editorial deberá valorar si se ve identificado o no en el mismo.

Ya he dicho más veces que no es fácil opinar en Palencia. Que ésta es, en líneas generales y con honrosas excepciones, una sociedad sumisa, cómoda y conservadora que huye del compromiso que provoca “mojarse”, hacer pública una opinión contundente que intente agitar a una comunidad muchas veces anestesiada. Cuando veo como ciudadanos de a pie a algunos de los que fueron relevantes representantes políticos que ya no están en la vida pública, me acuerdo de su afán por arrimar el ascua de los medios a su sardina; en muchos casos con actitudes prepotentes.

Y cada vez que los medios nos hemos plegado a esas presiones, hemos marcado una muesca más en la muerte de la libertad de expresión en general, y del periodismo en particular. Ahora son otros tiempos, pensarán muchos. Cierto; pero no se engañen. El político, o al menos gran parte de los políticos, cambian poco en su afán de controlar a los medios; de presionar para salir bien retratados y para que sólo se escuchen sus presuntos logros. Y a veces, insisto no siempre, lo hacen atrincherados en asesores de comunicación que olvidan su condición de periodistas para convertirse en escuderos de un poder que les permite llevar la pitanza en casa.

Ciertamente existe otra forma de atentar contra la libertad de expresión. Es muy sutil, se da fundamentalmente en provincias y sólo tiene una explicación: el afán controlador de algunos políticos.

 
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