Tradición e innovación

Palencia

Mientras ojeo el diario El País el pasado sábado me encuentro con un faldón publicitario en su última página dedicado al turismo en Palencia. Comparto mi descubrimiento con quienes están a mi lado y, casi al unísono, afirman un eso lo pagamos entre todos que hace que yo tenga que asentir ante su comentario porque, en efecto, es un anuncio de nuestra Diputación. El anuncio, jalonado con el eslogan “Más Palencia en Semana Santa” exhibe una imagen de la montaña palentina y otra de una cofradía procesionaria con uno de sus pasos religiosos.

No voy a juzgar un intento más de exhibir las posibilidades de atracción turística, aunque para quienes desconozcan las tradiciones o los recursos naturales de nuestra provincia bien podrían ser llamados a engaños si el reclamo fuese desde Zamora o Soria o, por qué no, desde cualquier localidad de otra región del territorio nacional. La belleza de las fotografías no realza la necesaria creatividad del reclamo publicitario con el que arranca mi comentario.

Y es que, si aspiramos a ser destino prioritario para turistas y visitantes, se echa de menos ingredientes necesarios para diferenciarnos de otras propuestas cercanas en el espacio que se desarrollan al mismo tiempo. La cuestión que pongo sobre la mesa es si resulta viable conjugar tradición e innovación para resaltar cierta naturaleza diferenciadora en un mercado saturado de oferta para numerosísimos viajeros que salen de sus casas durante cuatro o cinco días anhelando vivir una experiencia potente en tan escaso periodo de tiempo.

Asumo que, cuando de creencias religiosas se trata, haya quienes puedan pensar en algún síntoma de insolencia por mis conjeturas, pero indagando en el relato del cristianismo uno se encuentra con predicamentos utópicos y hasta un tanto libertarios, y recreaciones literarias que vistas ahora rezuman cuando menos cierta ligereza: ¿se imaginan a nuestros gobernantes proclamando la bienaventuranza de los pobres y afligidos a día de hoy? ¡Qué buena fórmula sería esa para instaurar el conformismo como una rotunda épica social que obviase la precariedad en el empleo, las míseras pensiones o la aberrante desigualdad de género. Como no parece de recibo tal afrenta deberíamos pensar en la posibilidad de traducir a la cotidianidad celebraciones históricas teniendo en cuenta la cultura con la crónica social de nuestros días.

De momento, estemos donde estemos o vayamos donde vayamos apaguemos los móviles o dejemos que se queden sin cobertura, es posible que así carguemos mejor nuestras pilas. Esas baterías que tanto necesitamos para afrontar el futuro más inmediato.