Pensamos muy mal (cuarta parte y última)
A Coruña
Hace tres semanas que vengo hablando de sesgos cognitivos en esta sección. Ya saben, esos pequeños fallos que tiene nuestro cerebro que nos hacen creer en cosas que no son ciertas, o no creer en cosas ciertas, que también pasa.
Hoy termino este repaso con algunos de los sesgos más interesantes. Uno de ellos es el efecto halo. Nos fijamos en un rasgo positivo de una persona y generalizamos. Por ejemplo, es muy habitual que pensemos que la gente guapa es maja y agradable y nos suele caer bien de entrada, cosa que no es tan fácil con la gente fea, que les cuesta mucho más que la gente los conozca de verdad. Somos así, no podemos evitarlo. Es el efecto halo.
Y no solo eso, sino que si una persona guapa que nos cae bien dice algo, automáticamente lo vamos a dar por verdadero, por el mismo efecto halo. Y si una persona, guapa o fea, nos cae mal, de entrada todo lo que diga nos parecerá mal, o mentira o sencillamente nos costará aceptar que tiene razón.
Esto del efecto halo tiene mucha trascendencia en política y se le suma nuestro sesgo ideológico, que es lo que su nombre indica: de entrada, estaremos de acuerdo en lo que digan los políticos de nuestra tendencia y todo lo que digan los políticos de la tendencia opuesta nos parecerá mal.
Es el día a día de la política en las redes sociales. No hay más que fijarse en los tuits que lanzan los políticos y leer los comentarios. Se nota a leguas quienes son votantes de un partido o de otro solo por la forma que tienen de contestar los tuits de los políticos.
Y esto también se aplica al fútbol. Si el árbitro pita en nuestra contra no fue falta fijo y si pita a nuestro favor es el mejor árbitro del mundo.
Por último les voy a hablar del punto ciego. Se trata de un sesgo que consiste en reconocer los sesgos cognitivos en los demás pero pensar que a nosotros eso no nos pasa. Seguramente ustedes hayan pensado que hay mucha gente que sufre el efecto halo, pero que ustedes son inmunes. Pues no, queridos amigos, todos somos igual de imperfectos.
Asumamos que nuestro cerebro es muy sofisticado, pero que falla como cualquier cacharro que tengamos en casa. No somos infalibles. Es más, yo diría que no somos de fiar, pero no por ser malas personas, sino por ser imperfectos.
Quizás ahí radique nuestro encanto, en la imperfección. La semana que viene volveré con un tema nuevo, que ya les he dado suficiente la lata con los sesgos cognitivos. Eso sí, es un mundo fascinante. Les recomiendo que investiguen por Internet.
Mientras tanto, nos escuchamos en el próximo.




