Autónomos, un colectivo maltratado

Palencia

Hace días escuché a un afilador por una calle de Palencia, ese comerciante ambulante que afina cuchillos, tijeras y otros utensilios de corte. Su presencia llamó mi atención me temo que por algún recuerdo infantil, quizás por ser una ocupación al borde de su extinción. Las nuevas tendencias han implantado la cultura del usar y tirar aunque, en todo caso, disponemos de algunas ferreterías en la ciudad que prestan buen servicio.

Es posible que, como los afiladores, otro buen número de profesiones de instalaciones o de las reparaciones corran la misma suerte y se hagan un hueco otras nuevas que están al llegar si no forman parte ya de nuestra vida diaria. Los ámbitos tecnológicos de la creatividad, la innovación o la información van a precisar de personas que se responsabilicen del diseño, la creación y la gestión de todos esos fenómenos, varios de ellos seguro que ciertamente insólitos. También se habla de otras ocupaciones emergentes como la del ejercicio de la agricultura de cercanía o el dominio de la técnica del reciclaje. Sea como sea, independientemente de la incertidumbre o la perplejidad que socialmente puedan ocasionar, quienes opten por cualquiera de esos quehaceres profesionales, en su mayoría deberán darse de alta como autónomos en la Seguridad Social.

Cada vez, en mayor medida, se utiliza un nuevo parámetro que trata de valorar la situación económica a través de la evolución del colectivo de autónomos. Lo curioso del caso es que no existe una relación directa entre el incremento del número de autónomos y el saneamiento de nuestra economía. Muy al contrario, en no pocas ocasiones el emprendimiento forzoso sirve para maquillar el desempleo. Lo peor de todo es que este recurso del autoempleo, desgraciadamente, puede llevar al furgón de cola de la precariedad a personas competentes con destrezas más que suficientes para trabajar como asalariados por cuenta ajena.

Datos a día de hoy: la mitad de las solicitudes de subsidio por desempleo para autónomos por el cierre de su negocio son rechazadas además de sufrir para ello un auténtico calvario burocrático, y las que son aprobadas -con una duración media de diez meses- están por debajo del salario mínimo y del nivel inferior del umbral de pobreza. Y muchos de los autónomos ahora jubilados cobran cientos de euros menos de pensión que el resto de trabajadores por cuenta ajena después de sufrir una vida plagada de avatares, sosteniéndose durante décadas con sus propios recursos y sin percepción salarial alguna en caso de enfermedad.

Gobernantes y legisladores no tratan bien a muchos de los actuantes de las fuerzas productivas, y, de entre ellos, a los autónomos de manera muy significativa que tan a menudo son protagonistas como actores principales.