Iliturgitanos entrañables
La opinión de Antonio Cepedello

Hoy por Hoy Andújar (03/04/2018)
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Andújar
Ahora que acaba de terminar la Semana Santa, en sus procesiones siempre me fijo más en las personas, que van detrás o delante de los pasos, que en el resto de esta fastuosa parafernalia. Me interesa más su aspecto humano, porque allí encuentro a esos iliturgitanos singulares que forman parte de nuestra vida diaria.
Están casi siempre ahí, junto a los costaleros o las bandas de música; en la puerta de una iglesia a la salida de una boda, un bautizo o un entierro; en las gradas del campo de fútbol o en todos los acontecimientos tradicionales de Andújar, pero nunca aparecerán ni en la historia oficial ni en ninguna conferencia de un erudito local o de un pregonero de nuestras fiestas. Una auténtica injusticia.
Por ello, quiero dedicarles este artículo de opinión para mostrarle mi cariño, admiración y reconocimiento. Son tan peculiares como entrañables, tan raros como buenas gentes, tan extravagantes como sentimentales. Nosotros, los que nos llamamos ‘normales’, les hemos convertido en personajes especiales de la sociedad iliturgitana, aunque a ninguno les hemos preguntado si les apetece serlo o no. Malditos los que se burlan o se ríen de ellos hasta ridiculizarlos.
Estos seres tan maravillosos, que nos marcan el devenir del tiempo, casi siempre te ofrecen una esperanzadora sonrisa en las mañanas de mayor pesimismo o un alegre adiós en las tardes de desánimo, aunque a cambio te pidan algún eurillo para tomarse un café o fumarse un cigarrillo, o te lancen una proclama que sólo ellos la entienden, pero nunca se quejan ni tienen una mala palabra si no les ofenden.
Seguro que me olvidaré de algunos, pero ahora me acuerdo de ‘El Comegatos’, que con el redoble de su tambor me enseñó que no hacía falta el dinero para ser feliz; o de ‘Don Francisco I’, que mientras un cruel dictador gobernaba en España, él era el rey de Andújar por honor y gracia de la Virgen de la Cabeza. Tenía competencia en su ‘corte’, porque, por tener, contamos en nuestro pueblo hasta dos dinastías monárquicas locales, con ‘El Rey Rubio’ y su familia.
No quiero olvidarme tampoco de los maltratados ‘El Bobas’ y ‘El Bareas’, ni de ‘La Manchega’, que arrastraba una inmensa pena de iglesia en iglesia tras haber repartido muchísima felicidad. Ni tampoco puedo dejar de citar a ‘El Lobico’, un auténtico atleta que no para de huir hasta de su propia sombra.
No son, ni mucho menos, ni ‘tontos’ ni ‘locos’, sino personas distintas, tiernas, entrañables, débiles y más iliturgitanos que la torre de la iglesia de San Miguel y la plaza del ‘Cuadro de la Virgen’ juntas.
¡Va por todos vosotros, porque es para mí el mayor de lo orgullos ser vuestro paisano!




