Sociedad
Paola Tobalina

‘El libro de la vida’

El milagroso impulso de cada día es poder poner un pie y afianzarse a la tierra desde la cama y caminar descalza cada orilla

Firma  Paola Tobalina, "El libro de la vida"

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Los Barrios

El milagroso impulso de cada día es poder poner un pie y afianzarse a la tierra desde la cama y caminar descalza cada orilla para volver de nuevo, de noche, a conseguir alcanzar las cálidas sábanas de la sedosa playa. Y volver a ella para soñar después de caminar despacio hora tras hora por arenas movedizas con paso firme. He aceptado que el fuego haga cenizas de mis sueños cada noche con tal de que me deje intactas las mañanas para volver a conquistar una nueva orilla.

Dicen que hay que perderse en la mágica sed de las palabras para entender mejor el propio mundo. Y hay quien opina que esa magia está, y es verdad que está, agazapada en las páginas de los libros. Pero yo que siempre tuve el empeño en querer demostrar ser ratón de biblioteca, lo que realmente fui es rata de cloaca. Una rata instruida en enseñanzas pero la mayoría de ellas callejeras. Si tuve la suerte de conocer el silencio de bibliotecas, el olor del archivo en el sótano de la facultad, las horas y horas consagradas al estudio, todo quedó sepultado por las enseñanzas majestuosas, implacables y mágicas de la propia vida.

Y no me avergüenza reconocerlo: he vivido más que he leído. He dedicado años a escuchar auténticas biografías de heroínas contadas en primera persona por personajes reales construyendo su propia ficción; he conocido a los protagonistas de cuentos de mil y una noches sin apenas saber separar realidad de fantasía; he investigado sobre los que no supieron contar su historia pero me regalaron interminables ensayos; y hay quienes solo con ofrecerme un poema ocupan un lugar de honor junto a los más grandes en el abarrotado archivo de este apasionado corazón. Historias reales, de la vida misma, que me dieron luz para llegar cada noche a la orilla o que me dejaron a un paso de la arena. Y no siento que haya perdido tiempo; es más, creo que lo he ganado. No lloré por lo desconocido tanto como por lo más cercano.

Desde pequeña sentí la vocación de ser cazadora de historias y a temprana edad descubrí que la mejor historia que debería intentar escribir era la mía mirándome sin rubor a través de los ojos de los otros. Y en ello ando. No hay ni un solo folio escrito pero sí episodios y episodios recopilados, ordenados y encuadernados, en las imperecederas cenizas de mis huesos.

 
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