El declive demográfico

El declive demográfico. Firma de opinión, Gabriel Pérez Alcalá.
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Ahora que se acerca el ciclo electoral, pues tendremos elecciones andaluzas en otoño, municipales en mayo del año que viene y generales en cuanto Rajoy se dé cuenta de que no puede remontar, sería bueno que los políticos de Córdoba empezaran a pensar en serio en los problemas de la ciudadanía. Y, para ello, de lo primero que deberían ser conscientes es del declive demográfico de Córdoba, pues Córdoba vive, como otras muchas provincias españolas de interior, un declive demográfico que está llevándose por delante su futuro.
La provincia de Córdoba tenía, según el Padrón municipal del 2017, 788.000 habitantes. Es decir, 3.400 menos que un año antes, lo que sería equivalente a que desapareciera cada año un pueblo del tamaño de Belalcázar, Villaviciosa o Moriles.
Hoy somos los mismos cordobeses que en 2006 e iremos decayendo de una forma más rápida a partir de 2021; nos concentraremos más en el Valle del Guadalquivir y… somos 12 años más viejos que antes de la crisis.
Esta caída demográfica no es sólo fruto de la crisis. La crisis sólo ha sido el detonante de un problema que la economía cordobesa venía arrastrando desde casi la década de los ochenta: la ausencia de un tejido empresarial industrial y de servicios de suficiente tamaño que anclara gente joven y formada al territorio. A la atomización del sector joyero, la desaparición del sector textil, la crisis del sector oleícola y bodeguero y la pérdida de peso del sector del cobre en las décadas pasadas, la crisis le ha añadido la pérdida de las constructoras, la caída de CajaSur, la desaparición de más de la mitad del sector del mueble y de una parte importante de la industria auxiliar de la construcción (incluido el cemento). De las grandes industrias y empresas que tuvo Córdoba, hoy sólo se mantienen Covap, ABB y las industrias del frío y del aceite, junto con un archipiélago de medianas industrias de inmenso mérito en el plástico, el envasado, la iluminación. Unas pérdidas a las que hay que añadir la crisis del sector bancario, la del comercio tradicional, la de las inmobiliarias o la de las agencias de viajes. Unas pérdidas que mal compensa en empleo y en renta el turismo o el sector público.
Córdoba está, digámoslo con todas sus letras, en decadencia. Un bucle de decadencia en el que las causas se convierten en consecuencias y las consecuencias en causas. Un bucle de decadencia que podríamos parar si miramos más allá de las cruces, los patios, la feria… el vino y el azahar.




