Ocio y cultura
Emy Luna

‘Ser distintos’

Enriquece descubrir que pensar distinto no constituye un obstáculo para la amistad o la convivencia

Firma Emy Luna, "Ser distintos"

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03:13

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Algeciras

La semana pasada tuve la suerte de disfrutar de uno de esos pequeños viajes al que se apunta gente que conoces y otra que no has visto en tu vida. Gente diferente unida por un mismo objetivo: la aventura, el descanso y el conocimiento de mundos y culturas diferentes.

En la primera comida, me tocaron en la mesa justamente los compañeros de viaje que no conocía. Al llegar al segundo plato, surgió el tema de la Educación en España. Los antiguos decían que era de mal gusto hablar en la mesa de religión, política o dinero. Pues bien, desoyendo esos consejos, nos enfrascamos con ardor en una discusión en la que uno de mis desconocidos defendía, con un ardor inesperado, la existencia de una escuela única, pública y sin la más mínima reminiscencia religiosa y abogaba por la total desaparición de la escuela concertada. Podría haberme callado. Ser políticamente correcta. Pero lo cierto es que no pude. Algo en mi oponente me indujo a darle mi opinión, diametralmente contraria a la suya. Desplegué mis argumentos con la misma pasión con la que él expuso los suyos. Todo en un ambiente sincero pero lleno de respeto y educación. Cuando llegamos a los postres, la discusión quedó resumida a unas cuantas anécdotas por parte de todos los componentes de la mesa y a más de un chiste. Pero la huella de la magnífica discusión, sobrevivió en el periodo de reflexión que se adueñaría de mi más tarde.

Emy Luna

Ni discutir es lo mismo que regañar, ni una discusión es sinónimo de enfrentamiento. Una discusión es una lucha dialéctica en la que a mi entender no hay un solo ganador, porque cuando en el enfrentamiento verbal hay educación y respeto, ganan las dos partes. Enriquece descubrir que pensar distinto no constituye un obstáculo para la amistad o la convivencia. Tener posiciones diferentes respecto a los asuntos importantes de la vida nos ofrece la oportunidad de aprender del otro, de ver la realidad desde otro lugar. Rodearnos siempre de los que piensan como nosotros, nos acomoda, nos adormece, nos enroca en posturas añejas. Acaba convirtiéndose en un obstáculo para crecer, para cambiar. Una buena discusión nos permite poner en práctica la paciencia, la capacidad de escucha y el respeto. Y la generosidad. Ese sentimiento que nos lleva a reconocer la virtud en nuestro oponente, incluso a admirarlo. Siguiendo estos pasos, llegaremos de forma inevitable al estado de gracia más absoluto en el ser humano: el de la duda. Ese sentimiento maravilloso que te hace temblar, zozobrar y ponerte a ti mismo y a tus creencias en tela de juicio. Que te zarandea y abre la puerta de la autocrítica. Que si eres muy joven te produce intranquilidad pero que cuando eres adulto, te llena de esperanza y de fe en que aún es posible hacer de este mundo un lugar donde quepamos todos. Por eso no me quedé callada, que hubiera sido lo cómodo. Discutí porque después de sentir admiración por mi oponente dialéctico, tuve el privilegio de caer en las acogedoras manos de la duda.

 
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