La Manada está en la calle

Santa Cruz de Tenerife
Probablemente, no queda nada que decir sobre la sentencia de La Manada. De hecho, si algo de bueno puede haber tenido esa malhadada decisión judicial, es que ha traído la situación que viven las víctimas de un ataque sexual al primer plano de la atención colectiva.
Se ha tratado desde todos los puntos de vista; el judicial, el social y el político. Los señores togados (no todos) se han mostrado atónitos al ver que el pueblo pretende arrebatarles la exclusiva en la interpretación de la Ley. La Iglesia se quedó igual de pasmada cuando a Lutero le dio por entregar la de la Biblia a los fieles. Un apunte: esto último fue en el siglo XVI.
La gente, esta vez ayudada por la disponibilidad de los textos que aportan las nuevas tecnologías, ha decidido que sabe leer y que entiende el castellano. Con estos datos, ha visto que los Hechos Probados, la definición de intimidación en su mente y en el diccionario, y la conclusión del Tribunal de qué intimidación no hubo, le chirrían.
En este caso, los españoles que protestan no están interpretando nada. Están leyendo. Y no ven lugar para la duda. Por eso se han indignado y por eso han salido a la calle en masa.
En vista de que, a su parecer, los magistrados han perdido el tino, han ejercido sus derechos como pueblo. Protestar y señalar. Manifestaciones y calles empapeladas con las fotos de los agresores y el juez que ejerció el voto particular. No pueden juzgar ni sentenciar en sentido estricto, pero sí pueden marcar y despreciar. Se ha hecho antes, en todo el mundo, y es un arma poderosa.
Tan poderosa que el Ejecutivo no ha querido arriesgarse a ponerse en su punto de mira. Así que ya se ha ofrecido a clarificar en el Código Penal los sinónimos de intimidación para que haya aún menos posibilidades de que los jueces se pierdan en matices presuntamente jurídicos que el común de los morrales no ve. Es una especie de "para que no se repita". Y en algunos juzgados ha sentado mal.
Pero es lo que hay. Se llama democracia. Y a veces, todavía, se deja escuchar.
En efecto, no hay más que añadir. Está todo dicho. Pero no está de más que se repita.




