Yo me quedo en Malapascua
Yo me quedo en Malapascua. Firma de opinión Claudia Rodríguez. Córdoba Hoy por Hoy.
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YO ME QUEDO EN MALAPASCUA
De nuevo, montada en un autobús del que salía un chorro de aire frío que me congelaba la nuca sonreía mientras recorríamos las carreteras de la isla de Cebú. Otra vez habían vuelto las palmeras infinitas, el color naranja de las flores de las jacarandas y la alegría de los sari-sari repletos de pequeñas bolsitas de café, detergente o champú para vender.
Después de mil y una posiciones en el asiento, el bus se paró en el puerto de Maya y un par de horas más tarde veía el atardecer desde Bounty Beach. Es curioso lo rápido que es hacerse a Malapascua, se hace querer en un instante y todavía se repite en mi memoria ese estúpido nombre que le dieron unos españoles que se quedaron varados un 25 de diciembre de 1520.
Malapascua de malo no tiene nada. Sobre la superficie del mar es una pequeña isla de 2,5 kilómetros cuadrados sin asfaltar salpicada de playas de arena muy blanca y de preciosas palmeras que sobrevivieron al terrible tifón Haiyan en noviembre de 2013. La isla se sobrepuso rápido con la ayuda de locales y sus amantes extranjeros y hoy ya luce casi recuperada.
El primer día, nada más levantarme y ver el sol de justicia que del verano filipino me di el primer baño mientras esperaba el desayuno. Después fui a descubrir la isla con toda la ilusión del mundo: anduve por las calles de la aldea de Logon, encontré el faro, me colé en una colorida iglesia, encontré la playa perfecta para mí sola y caí rendida a los pies de Malapascua.
Este trocito de tierra es un paraíso para el buceo. Y es que Malapascua guarda un gran tesoro bajo el mar, es el único lugar del mundo en el que se puede ver a los tiburones zorro en plena libertad.
Esta isla tiene un magnetismo que ya ha enganchado a muchos (entre ellos, a un nutrido grupo de españoles majos que viven allí) y yo sé que algún día me volveré a quedar varada, con mucho gusto, en algún rinconcito de esta tierra y mar de Visayas.