José Tomás eligió Algeciras
Fue como en aquellas tardes en las que toreaba “Manolete”, “El Cordobés” o, incluso, “Miguelín”. En las panaderías, en los cafés, en las callejuelas de puestos en el mercado Torroja, la gente hablaba de toros
Firma Gloria Sanchez-Grande, "José Tomás eligió Algeciras"
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Madrid
Fue como en aquellas tardes en las que toreaba “Manolete”, “El Cordobés” o, incluso, “Miguelín”. En las panaderías, en los cafés, en las callejuelas de puestos en el mercado Torroja, la gente hablaba de toros. “¿Vas a ver a José Tomás?”. La ciudad se llenó de foráneos: aficionados de Málaga, Sevilla, Madrid, Castellón, Cataluña, y también de Francia, de México, de Perú. Algeciras se convirtió en la última parada de un peregrinaje casi religioso: el mundo quería ver la reaparición, la resurrección de un ídolo. Y los reventas hicieron su agosto. También los hoteles, los restaurantes, los taxistas y los vendedores de todo tipo sacaron tajada del prodigio. José Tomás eligió Algeciras, transformada en Tierra Santa por un día. Por la mañana, un grupo de aficionados locales me hablaba del cariño que Tomás le tiene a la comarca, de sus comidas en “El Copo” y de sus tardes de pesca en la bahía. Es lógico pensar que el Ayuntamiento ha cubierto parte de sus emolumentos: imposible contratar una campaña de publicidad más efectiva para la localidad.
Pero José Tomás -la aparición de su figura enjuta, el rostro seco, vestido de verde botella y oro, al cabo del túnel de cuadrillas bajo una nube de fotógrafos y una ovación atronadora-, no sólo fue un reclamo: también cumplió con todas las expectativas de los aficionados que atiborraron Las Palomas. Con su primer toro de Núñez del Cuvillo, dio un recital de naturalidad: siempre encajado, serenos cuerpo y brazos, los vuelos de la muleta, como por arte de magia, y el muñecazo final de goma. El tirarse a matar recto tras la espada y las dos primeras orejas, que cayeron como el maná. La plaza, cuajada de pañuelos blancos, parecía un palomar. Ante el quinto Cuvllo, cambió el guión: el toro tenía casta y, sin mando, se subía a la hombrera. José Tomás, desde los medios, templó la violencia de las embestidas y dominó al natural, sobrio e impertérrito, sin vender nada, ni siquiera su vida. Habría cortado dos orejas, pero esta vez la espada tocó en hueso y el premio quedó en una vuelta al ruedo apoteósica.
Entre medias, Miguel Ángel Perera, que también estuvo impecable, mandón y soberbio, se entretuvo en cortar tres orejas y un rabo simbólico tras indultar a un toro de Jandilla, de nombre “Libélula”, bravo en la muleta, pero no de indulto. Ambos, Perera y Tomás, fueron sacados en hombros por la multitud, mientras la gente se preguntaba si aquélla en Algeciras sería la última aparición de este dios pagano que, hace 42 años, nació en Galapagar para revolucionar el toreo. Cosa de elegidos.