‘Utopía’
Son muchas las veces que a lo largo de la vida he intentado encontrar la palabra más bonita. Aquel término que encerrase un significado especial, un color y un sonido determinados
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Son muchas las veces que a lo largo de la vida he intentado encontrar la palabra más bonita. Aquel término que encerrase un significado especial, un color y un sonido determinados. En esta época del año en que a veces tenemos espacios para el silencio y la reflexión, viene a mi una palabra que me remonta al colegio, al final del bachiller. Estudiaba por aquel entonces el Humanismo en la Filosofía y la pequeña obra del pensador Tomás Moro, Utopía, dejaba grabado para siempre su título en el lienzo de mi memoria. Podríamos definir la Utopía como algo inalcanzable. Deseable por perfecto pero fuera de nuestro alcance. Tanto la obra del filósofo inglés como la palabra que le da título, no han perdido vigencia con el pasar de los siglos. Muy al contrario me atrevería a decir que el concepto de utopía forma parte esencial de nuestro anhelos diarios. Si no, ¿qué son sino nuestras aspiraciones? No hay escritor, pensador u observador político que no tenga entre sus prioridades hablar sobre ello.
Hace unos días, leía en un periódico español que el Dalai Lama ha propuesto introducir una asignatura nueva en el currículo escolar de la India: la felicidad. El objetivo sería enseñar a los alumnos a encontrar el camino de la felicidad con las herramientas que los profesores les enseñasen. Y he aquí, precisamente, donde entronco esta noticia con el concepto de Utopía como inicio de mi reflexión.
Desde aquellos años de bachiller, la aplicación del término se ha ampliado mucho, considerándose utopia hechos o circunstancias que hace unos años eran normales. Nos hemos convertido en perezosos y hoy resulta utópica cualquier aspiración que conlleve demasiado trabajo o suponga demasiado tiempo invertido. Es una utopía lo que supone horas de estudio, esfuerzo. Es utópico luchar por un trabajo mejor y más digno, por el bienestar de los demás, por mejorar nuestra educación. Es utópico defender a los perdedores, a la infancia inocente, a la Naturaleza maltratada. Podríamos pasar mucho tiempo enumerando lo que nuestra sociedad egoísta y cada vez más superficial considera utópico, aparcándolo a un lado para que no nos moleste con su presencia incómoda. Podría seguir enumerando supuestas utopías y no haría sino ratificar lo que pienso. Desconozco si en la India, donde la reflexión y el pensamiento trascendental presiden la vida de sus habitantes, y donde la tradición filosófica convive con la modernidad, conseguirán transmitir el secreto de la felicidad a esos niños. Pero de lo que no dudo, es de que en nuestra sociedad occidental, esta meta está lejos de los objetivos de nuestros mandatarios, más interesados en sus miserables luchas internas que en establecer las bases de una educación de ese tipo que, a largo plazo, quizás hiciera felices a los niños, el futuro de la sociedad. Esto sí que es una auténtica utopía.