Ocio y cultura
Toros

La "fiebre" del indulto sobrevuela Motril

Juan José Padilla, El Fandi y Julio Benítez cortan diez orejas; la ganadería de Albarreal consigue dos toros de vuelta al ruedo con una petición de indulto

La terna a hombros en Motril después de una tarde triunfalista / Juan Manuel Fernández

Motril

Las corridas de toros son una cosa seria. Se trata de un espectáculo lleno de matices, rico en contrapuntos, cargado de detalles y envuelto en una liturgia atávica que resulta siempre atrayente. Es por esta razón que, cuando se vulnera esta esencia, todo parece tornarse en una ópera bufa. La gente no se lo toma en serio, va a echar la merienda; y los profesionales, sabiéndose aliviados, aprovechan para colar gato por liebre. Los tendidos parecen estar atentos a pitar al picador en cuanto saltan al ruedo, a aplaudir un muletazo fuera de cacho y hacer la ola cuando una estocada – aunque sea un bajonazo – entra entera en las vísceras del toro. Normal, están pendientes del soniquete del tío que, arriba y abajo, entona una monótona cantinela: “llevo las pipas, los gusanitos, el refresco, el bocadillo”. Cuando no, por supuesto, de ver cuándo empieza a sonar la música.

Con este ambiente latiendo en la atmósfera, y trasladándose después en las tres horas de festejo, todo era propicio para la verbena y la bullanga. ¡Qué no estamos en Las Ventas! Así lo recordaba el afable señor pañuelo en mano pidiendo perdonarle la vida al quinto de la tarde, Largopaso, número 67. Pero una cosa es eso, y otra cosa es diez orejas, dos rabos, dos vueltas al ruedo y una petición de un indulto, en una tarde dónde, escasamente, se vieron un puñado de muletazos, dos verónicas con cuajo y unas buenas chicuelinas. Sin hablar del tercero de la tarde que se fue al desolladero con las embestidas cosidas al hilo del pitón.

Juan José Padilla, El Ciclón de Jerez, no quiso decepcionar a quienes habían venido a verle. La gente le jaleaba en el paseíllo, cuando andaba por el callejón y cuando, desde el estribo citaba al toro en banderillas. Tiró de afición y de pundonor. Puso lo que el toro no tenía. Soso, sin codicia. Más muerto que vivo, incluso antes de que el jerezano le echara los vueltos del capote. Pero eso no fue óbice para que, sin faena sólida, Motril pidiera los apéndices y un palco triunfalista empezara a conceder orejas.

Más inspirado estuvo Padilla con el segundo de su lote, Conmancha. Un toro terciado, serio, tocadito de pitones. Justo de fuerzas, que ni se empleó en el caballo ni tampoco en banderillas; más pendiente siempre de lo que ocurría en el callejón del torero que tenía frente a él. Sin demasiada clase en la muleta, Padilla le enjaretó una tanda de muletazos al natural, ajustados, pasándoselo cerca…y para de contar. El toro empezó a venirse abajo, a negarse a descolgar la cara, y a no regalar nada por el pitón derecho, calamocheando. Adornos, molinetes y a matar. Los trofeos, a la vista de cómo iba la tarde, eran lo de menos. Pero la vuelta al ruedo fue algo que dejó circunspecto al respetable. “Ah, ¿qué han sacado también pañuelo azul?”.

Sobre El Fandi se ha hablado mucho, y mal. Pero si algo no se le puede reprochar, como a muchos otros toreros, es que allí donde va se deja la piel. No defrauda. Lo da todo. Gustará más o menos, pero es honesto. Y si en el primero de su lote no dio la cosa más de sí, en el quinto lo dio todo. No quiso dejarse ganar la pelea por nadie y salió a arrollar. La gente estaba caliente y era solo cuestión de tocar las teclas necesarias. Hubo cosas que criticar, como siempre, pero otras de reconocer: es un gran torero con el capote, dando cuenta con un variado repertorio, y además un lidiador nato, que controla los terrenos y dirige la lidia como pocos.

Así, el quinto, Largapaso, tuvo transmisión y motor desde el principio, repitiendo y mostrándose con codicia. Luego llegó lo de siempre. Le dieron fuerte en varas, con un puyazo trasero, que lo dejó templado de más. Tanto es así que empezó a acusar su mansedumbre en banderillas. Se dolió con los garapullos y salía distraído del encuentro, mirando y buscando tablas. Todo y con eso, dio juego y El Fandi se lució con los palos.

Largo y templado empezó el granadino con la franela, lástima que las tandas fueran demasiado cortas. Dos y el de pecho. Con el pitón izquierdo se sintió a gusto el torero, aunque en la tercera tanda empezó a descomponer su embestida en el animal. Y lo que antes había sido temple, ahora fueron enganchones y una embestida venida a menos. Siempre sin obligarle. Lo intentó también Fandila con la zurda, pero el toro apenas tuvo recorrido. Dándole sitio y tiempo, la gente empezó a calentarse, y las embestidas sueltas que le entresacaba empezaron a causar un insólito furor, con cada vez el animal más arrimado al olivo. Pitos, palmas, pañuelos. La fiebre del indulto empezó a brotar en la epidermis de la afición motrileña. La gente vio toro donde no lo había. Intentó venderlo el granadino, sacándoselo al tercio y seguir enjaretándole algún pase más. Pero el huidizo comportamiento, y su embestir gazapeando no dejaron duda. Cogió la espada y lo pasaportó toreramente. Hubo quien, aun echado el toro, siguió pidiendo que le perdonaran la vida.

Julio Benítez no quiso quedarse atrás y, por esta razón, puso corazón pero poco más. Dejó que el picador reventara, literalmente, al toro en el caballo. Un puyazo que demuestra cómo los primeros en querer cargarse la suerte son los propios picadores. Demolió al animal con una vara de más de dos minutos y que cobijó toda la heterodoxia posible: cayó trasero y caído, le dio hasta que no pudo más, le hizo la carioca y hasta barrenó. Un completo. Por esta razón, los atisbos que había hecho la res de meter bien la cara en el capote, planeando con clase, quedaron luego, en la muleta, en un triste sollozo. Casi no le hubiera hecho falta entrar a matar. Quedó tan suave el toro que solamente con haberle soplado en el testuz hubiera sido suficiente para que se echara.

Siempre al hilo del pitón, sin cruzarse. Intentó estar bien el menor de los vástagos de El Cordobés, pero lo cierto es que no vació la embestida del animal, que humillaba como no había hecho ninguno de sus hermanos. El fuerte castigo del primer tercio se acusó cada vez más y se rajó el animal, su calidad quedó en una efímera voluntad. Lo mismo que en el sexto, aunque esta vez, de verdad, es que no tenía toro. Anduvo queriendo y echó mano de repertorio, ejecutó el salto de la rana y el público quedó contento. Total, si de eso se trata, qué más da.

Ficha del festejo

Plaza de toros de Motril. Corrida de toros. Dos tercios de plaza.

En tarde cálida se han lidiado toros de Albarreal, correctos de hechuras y sospechosos de pitones. Bueno el 3º, con calidad, ovacionado en el arrastre; el 4º, con transmisión, premiado (sopresivamente) con la vuelta al ruedo; 5º, Largopaso, negro mulato listón, noble y rajadito, para el que se pidió el indulto y fue premiado con la vuelta al ruedo.

Juan José Padilla, de salmón y azabache: pinchazo hondo y estocada (dos orejas) y estocada trasera (dos orejas y rabo)

David Fandila “El Fandi”, de azul añil y oro, con remates en negro: pinchazo hondo y un descabello (oreja con petición de la segunda) y estoconazo (dos orejas y rabo)

Julio Benítez, de azul noche y oro: estocada contraria y trasera (dos orejas) y pinchazo y estocada (oreja con leve petición).

 
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