Sobre el discurso de Torra

Santa Cruz de Tenerife
Torra no se había recuperado aún ayer del susto morrocotudo de la tarde anterior, cuando los de los CDR, a los que animó a liarla, decidieran hacerlo a las puertas de su Parlament. Lo que ocurrió en conmemoración del uno de octubre, con las turbas ‘indepes’ aporreando los portones de la cámara y Torra y sus consejeros gallardamente escondidos tras los ‘mossos’, imitando el pasado ejemplo de Más, demuestra hasta qué punto es cierto eso de que la revolución acaba siempre por devorar a los suyos. A los hijos, a los padres y a quien se le ponga por delante.
Torra parecía ayer en su intervención ante el pleno del Parlament un tipo evanescente y confundido, superado por los acontecimientos por el mismo desatados, y aun así perseverante en la chulería. Porque una cosa es pedir a tus seguidores que ‘aprieten más’ para que la República ectoplasmática se manifieste, y otra muy distinta descubrir que a quién acaban apretando los CDR es a tí mismo contra la pared, pidiendo tu dimisión como president y llamándote traidor en todos los dialectos, mientras tu propia policía te recuerda lo complicado que resulta en democracia estar en misa y repicando las campanas del levantamiento civil.
En fin, que un demudado Torra, aún maltrecho por la pérdida irremediable de su virginidad independentista, compareció ayer en el debate de política general para presentarle a Pedro Sánchez el ultimátum esperado: si Sánchez no ofrece antes de un mes una propuesta para un referéndum “pactado, vinculante y reconocido internacionalmente”, el independentismo romperá con él y no sostendrá la precaria estabilidad que hoy apuntala la presidencia de Sánchez en el Congreso. Si existía alguna duda de las reglas del juego que sostienen un gobierno de ochenta y cuatro diputados, hipotecado e imposible, Torra dejó ayer claro cuáles son esas reglas.




