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Alumbrado

El alumbrado público en el siglo XVIII y cómo llegó a los pueblos de Cuenca

Un recorrido por la historia de la iluminación de las calles desde las farolas de aceite promovidas por Carlos III en Madrid hasta los faroles eléctricos de Cuenca de principios del siglo XX

Ronda de Julián Romero en el casco antiguo de Cuenca. / Paco Auñón

Cuenca

En el espacio Así dicen los documentos, que coordina Almudena Serrano, directora del Archivo Histórico Provincial de Cuenca, y que se emite cada jueves en Hoy por Hoy Cuenca, esta vez conocemos algunas curiosidades acerca de la historia del alumbrado en ciudades y pueblos. Un asunto importante, sobre todo, por la seguridad que proporcionaba durante las horas de oscuridad a los vecinos que antaño poblaron aquellas calles. Farolas, velones, antorchas, candiles y linternas sirvieron para dar luz a calles y casas.

El alumbrado público en el siglo XVIII y cómo llegó a los pueblos de Cuenca

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El recorrido histórico de hoy nos llevará a visitar diversos lugares siendo el primero de ellos Madrid. Y nos hacemos una pregunta ¿Desde cuándo existe la iluminación pública en la Villa y Corte?

Bien, aunque siglos antes hubo iluminación en las fachadas de determinadas casas y palacios, tenemos que trasladarnos al año 1766, en que se inicia el alumbrado público en la Villa y Corte.

Durante el reinado de Carlos III y, sobre todo, al final de él, la mayoría de las capitales, ciudades y villas más importantes disponían, en algunas de sus calles, de aquel primer alumbrado público o, al menos, el proyecto de tenerlo aprobado por el Consejo Real.

En tres instrucciones de 12 de octubre de aquel año 1766, se implantó el alumbrado madrileño. La ciudad estaba dividida en ocho ‘quarteles’, a modo de grandes distritos que, a su vez, se dividían en barrios, a este efecto y que así se mantuvo durante años.

Entendemos que aquel alumbrado estaría bien controlado. ¿Quién se encargaba de gestionar aquel novedoso alumbrado…?

Según estas instrucciones, ese control se encomendó a regidores comisarios, más celadores y operarios que iremos viendo en los siguientes minutos cómo desarrollaban aquellas tareas.

Y, como curiosidad, ¿sabemos el número de farolas y personas que estaban dedicadas al alumbrado…?

Entre los innumerables datos que nos proporcionan los documentos de nuestros Archivos Históricos, sabemos que en Madrid, el número de los operarios o mozos ascendía a 115, que cuidaban de 4.600 farolas, de las que a cada uno se asignaban 40 farolas para su gestión.

¿Y el salario de los operarios se conoce…?

También lo sabemos. Estos operarios cobraban tres reales diarios y su misión se reducía a encender los faroles. Sobre ello, en un documento se dice lo siguiente:

‘A ello referimos que en los barrios más grandes de Madrid, en concreto tres, había otro ayudante más, al que se le proporcionaba casa. Cada celador cobraba 400 ducados al año pagado al mes. El ayudante, por su parte, cobraba 300 ducados’.

Estos operarios tenían una mecha que era de ‘maroma de noria, pozos o estera vieja’ con la que en menos de un cuarto de hora efectuaban esta maniobra de iluminación, siempre que las condiciones fueran favorables.

Ahí el viento jugaría un papel determinante…

¿Y cómo eran las farolas de entonces…?

El tipo de farolas no era uniforme aunque parece que la más común era ’con suelo de tres piezas’ cuyo coste ascendía a 64 reales, incluida la candileja.

Además, se estableció que las farolas estuviesen colocadas en las calles a treinta pasos de distancia en plazuelas y calles anchas, y en las calles que eran más estrechas se colocaban a una distancia un poco mayor, a sesenta pasos.

Todo esto suponía un gasto, lógicamente… ¿Cuánto podía costar el alumbrado en Madrid?

El aceite que se utilizaba en cada farola durante un año era, aproximadamente, de una arroba.

En cuanto a la misión encomendada a los celadores consistía también en repartir a los operarios el aceite necesario para las cuarenta farolas que cada uno tenía asignada. Otros gastos añadidos eran los paños para limpiar, una escalera y las cestas donde llevaban aceite y otros utensilios necesarios.

El alumbrado de aceite se usó en Madrid hasta el año 1832 que fue cuando se ensayó por primera vez en la Plaza de Palacio el de gas, aunque ya se había experimentado en el año 1807 en Cádiz y en Granada.

¿Y había una hora para encender aquellas farolas, como ahora…?

Por supuesto, aunque las horas de encendido variaban lógicamente, siendo menos tiempo el que estaban encendidas en verano y alargándose hasta las tres de la madrugada, por ejemplo, en Navidad, pero, en general, se comenzaba a hora de ‘las oraciones’, que era la tarde – noche, hasta la media noche.

En un primer momento, en Madrid, aquella iluminación duraba sólo seis meses, desde octubre hasta mediados de abril, pero por Real Orden del Consejo del año 1774, se amplió la luz a los doce meses.

En la solicitud del alumbrado público de otras ciudades como Granada, Murcia, Palencia, Sigüenza, Córdoba o Málaga, las razones para la instalación de farolas se fundamentaron en lógicos motivos de acondicionamiento de las ciudades y seguridad.

Sabemos que hubo personas que quedaron admiradas al ver aquel alumbrado público pero también actitudes nada cívicas con ese mobiliario urbano, algo que no ha cambiado mucho, desgraciadamente…

El incivismo con el entorno urbano es algo que depende exclusivamente del ser humano y que, por supuesto, tenemos documentado en aquellos años. Esto fue así y a tal extremo llegaron las cosas que el alcalde de Madrid, José Manuel de Arjona, tuvo que publicar un bando en el año 1818 publicase por estos motivos:

De algún tiempo a esta parte se ha notado que personas, o mal intencionadas o imprudentes, rompen con frecuencia los faroles que sirven al alumbrado público de esta capital, faltando al respeto debido a las leyes y ordenanzas de policía, y originando considerables gastos a la administración de Propios y Sisa.

Es decir, originando gastos del presupuesto que había y que se podrían dedicar a otras necesidades, como sucede hoy. Si no hubiese que reponer y arreglar destrozos hechos a propósito, ese dinero se podría emplear en otras cosas.

Otro ejemplo lo tenemos en un pueblo de La Rioja, que envió una consulta a la Chancillería de Valladolid sobre la causa contra quienes resultasen culpados de la rotura de las farolas de las calles, en el año 1832.

Y seguramente se establecieron multas para intentar corregir estos comportamientos…

Por supuesto… Las sanciones que se establecieron, por ejemplo, en Madrid, serían estas: la primera vez que se sorprendiera a un individuo rompiendo un farol, se le sancionaría con 6 ducados de multa y la segunda vez sería el doble.

Y algo muy importante: los padres o tutores serían responsables de los faroles que sus niños quebrasen sufriendo los castigos en su nombre.

Y todo el gasto generado por farolas y personas a ello dedicadas, se pagarían con impuestos, como mencionamos antes…

Los medios de financiación iban desde utilizar el sobrante de los Propios de cada ayuntamiento hasta la implantación de un arbitrio, como se hizo en Valencia, o el pago o sufragio por los usuarios directos, como en Madrid y Zaragoza. Aunque lo lógico y frecuente era la conjunción del sobrante de propios utilizable, completado con cualquiera de los otros medios de prorrateo.

Para que nos hagamos una idea, una ciudad de tipo medio necesitaba como mínimo 20.000 reales para colocar de 200 a 300 farolas.

Un ejemplo que he traído es el de Palencia, en que los propios fabricantes de mantas colocaron 50 farolas de su cuenta que ellos mismos cuidaban. Y en Sigüenza la iniciativa partió de José Faustino Medina, natural del lugar y secretario de la Sociedad Económica de Madrid, que regaló varias farolas.

A pesar de las obligaciones que establecían los bandos municipales, no siempre se cumplía con ello, y así lo dejó escrito Mesonero Romanos:

No había más alumbrado que el de algunas luces que se encendían a las imágenes que solía haber en las esquinas, o tal farolillo que se colgaba de los cuartos principales de las pocas casas que los tenían y cumplían con el bando municipal.

Y, fíjense los oyentes si causó expectación el alumbrado público que la historiadora Carmen Simón recogió este testimonio:

De los pueblos vecinos acudían a la Corte para contemplar el espectáculo del alumbrado de Madrid, llamándoles la atención el hecho de que estando tan altos los faroles pudieran encenderse diariamente.

Veamos cómo evolucionó el alumbrado, que durante el siglo XIX fue de gas y luego el eléctrico actual. El 30 de enero del año 1852, en el diario La Época, se publicó la noticia de las exhibiciones que se realizaban en la Villa y Corte, respecto a la luz eléctrica:

Anteanoche se hizo la prueba en Palacio del alumbrado por medio de la luz eléctrica. El aparato estaba colocado sobre el tejado de la Armería y prestaba una luz clara y hermosa, superior en mucho a la del gas, en tal conformidad, que se distinguían hasta los menores objetos colocados a la mayor altura. Nos alegramos que pueda generalizarse este género de alumbrado, porque no dudamos será mucho más económico y de mejor efecto.

Y acercándonos a nuestros pueblos, qué podemos decir del alumbrado…

Por ejemplo, comenzaremos hablando del alumbrado a finales del siglo XIX en un pueblo muy cerca de Cuenca, en Jábaga. Esto era lo que establecieron sus Ordenanzas municipales, en el año 1896:

Igualmente queda prohibido que los carreteros dejen sus carros en las calles o puertas de las posadas y, en el caso de que no puedan colocarlos en la puerta, adentro del local o corral, el dueño de carros tendrá un farol encendido durante la noche, para evitar los choques con las personas o caballerías o con otro ente de la misma o diferente clase. Los que faltasen a las prevenciones anteriores serán multados con la multa de 2 a 5 pesetas.

Ahora nos trasladamos a la ciudad de Cuenca, en la que desde el año 1902 sabemos que se hicieron diversas obras para instalar luz en la Audiencia provincial; dos años más tarde, en 1904, se instaló la luz en el puente de san Pablo y se procedió a iluminar los jardines del palacio de la Diputación provincial. También se instaló un foco de luz eléctrica en la subida del callejón de los Moralejos.

Y otros casos que he querido traer hoy para que todos los oyentes conozcan son que en el año 1905, se entregó la red del antiguo alumbrado de petróleo y se instalaron focos de luz en el puente de san Pablo y en el barrio de San Martín. El año 1906 se hicieron cruces de cables eléctricos en la carretera de Valencia y se continuaron instalando focos de luz en diversas calles, como la calle de Colón, en El Castillo y en Tiradores.

Además, se solicitó colocar unos postes de luz junto a la estación de ferrocarril y en el año 1907 se instalaron dos focos eléctricos en la Catedral y otros dos en la Plaza de la Trinidad, además de presentarse licencia de solicitud de casetas transformadoras de luz eléctrica.

Poco a poco llegaba la modernidad hasta hoy en que no podemos concebir nuestras vidas sin la luz eléctrica, imprescindible…

Aquellos vecinos de Cuenca, con seguridad, mirarían admirados la iluminación eléctrica sustituyendo los antiguos faroles, como ocurrió en Madrid.

Ellos lo verían, sin duda, con asombro pero nunca imaginaron que la luz eléctrica sería tan importante hoy, como comentabas antes.

Bien, pues para finalizar nuestro programa de hoy, he traído un expediente relativo al permiso que se concedió a un vecino de Carabanchel Bajo, en marzo de 1816, para poder vender velones y otras piezas de metal, en el lugar que se acordase:

Enterado el Consejo de lo informado por vuestra señoría acerca de la solicitud de Pedro Serrano, vecino de Caravanchel de Avajo, relativa a que se le permita vender por las calles de esta corte velones y otras piezas de metal fabricadas por él mismo en dicho lugar, y teniendo presente lo expuesto por el señor fiscal, se ha servido este Supremo Tribunal conceder licencia la citado Pedro Serrano para que pueda vender los velones de metal y otras piezas de su fábrica, en el sitio fixo y público que le señale la sala, obligándose a pagar las derramas del gremio de latoneros de esta Corte, lo qual sea y se entienda por ahora y hasta que otra cosa se acuerde.

Sin duda, si hoy hiciésemos una encuesta y preguntásemos con qué no se podría vivir, muchas personas responderían que sin la luz eléctrica, que nos facilita la vida cotidiana con nuestros electrodomésticos, comunicaciones o transportes.

Pero no podemos acabar este espacio recordando el cuidado que debemos tener con este mobiliario urbano, luces en forma de farolas y faroles, que tan castigado estuvo antiguamente. Siempre civismo y respeto por lo que nos rodea…

 
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