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Una sociedad dividida en dos bandos antagónicos

La Firma de Pedro Brouilhet

"Una sociedad dividida en dos bandos antagónicos", la Firma de Pedro Brouilhet

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Palencia

Estamos dividiendo la sociedad española en dos bandos antagónicos: el de derechas y el de izquierda. Se llevan los extremismos, ha desaparecido la moderación y el centro político se ha quedado en el limbo. Volvemos a las trincheras. El problema es que una gran parte de la sociedad, estamos en medio de toda esta situación.

Últimamente estoy observando cómo algunos personajes públicos que hablan de respeto, tolerancia, libertad de expresión, defensores de los derechos humanos están todo el día faltando el respeto a las personas que podamos opinar distinto que ellos.

Aquellos, que para expresar sus opiniones, se mofan del contario o lo ridiculizan. Algunos que absolutizan y son soberbios por su forma de decir las cosas o plantearlas. Aquellos que liquidan en su partido a los que piensan diferente.

Vivimos en la época de la demagogia. No se defienden principios, ni ideas. Yo machaco al adversario y me río de él o le insulto de forma cobarde. Estoy cansado que tanto unos como otros digan que defienden a España. No, perdón defienden, sólo sus intereses. Aquellos que hablan en nombre del pueblo se convierten en dictadores o iluminados. Aquellos que cambian continuamente de discurso no pueden querer el bien común de los ciudadanos.

Es el momento de pedir respeto y de seguir respetando al diferente, y no dejar que esos que quieren crispar nos lleven a su terreno y acabemos todos usando el lenguaje de la violencia, la tiranía y la opresión.

Yo no me voy a rasgar las vestiduras por cosas que estoy observando. Pero me parece denigrante que para ser progre haya que insultar o despreciar las creencias de ciertas personas. Como tampoco soporto a los apologetas de turno que ven en ciertas fuerzas políticas al mismísimo demonio o están acusando todo el día de terroristas al adversario.

Es urgente que en este momento social y político reine la tolerancia, el respeto, el dialogo, la defensa de los derechos humanos, el aceptar las cosas buenas del adversario. Recuperar el espíritu de la Transición. El problema es que los líderes de los grandes partidos ni se lo plantean, ni lo quieren. Podían mirar también en el espejo de algunos países europeos, dónde se ha cerrado la puerta a los radicales de derecha o de izquierda.

Aunque no lo queramos, no nos guste y nos escandalice el auge de los extremos vuelve a nuestras sociedades. Desde hace unos años estamos asistiendo al retorno de un discurso agresivo que juramos no volver a repetir. La corrupción, el hastío y la falta de ideas nuevas ha hecho que líderes que hace décadas serían vistos con una mezcla de rechazo, curiosidad e indiferencia ahora sean escuchados y aclamados. El discurso ya superado por todos se vuelve de pronto novedad y cura de todos los males para algunos.

Como dice el jesuita Álvaro Lobo: "Basta con repasar la historia de Europa en el siglo XX para identificar factores comunes: la crisis que ha hecho que los hijos vivan peor que los padres, instituciones que ya no son capaces de responder a los retos del ahora, propuestas simples con tintes xenófobos y una idea de nación hipertrofiada capaz de solucionarlo todo."

Cambian las banderas y los himnos pero la raíz es la misma: el desprecio a lo contrario. Esa infantil manía de echar la culpa al diferente.

Yo no quiero estar en ningún bando, ni tener que mirar a nadie como un enemigo. Quiero apostar por la construcción de una sociedad que respete al diferente, apueste por lo que nos une y elimine de todo discurso al que atente contra los derechos humanos.

¡Qué pena no tener en estos momentos líderes como los que consensuaron el texto de la constitución! Una carta Magna que es de todos, no sólo de una mitad de los españoles.

 
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