"El derecho a volver a casa"
Creo que no conozco a ninguna mujer, y conozco a muchas, que no haya apretado alguna vez el paso en un callejón oscuro y solitario
Firma ROSARIO PEREZ
03:03
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Algeciras
En estos días en los que abundan los mensajes, más o menos sinceros, de buenos deseos y felicidad compartida, a mí siempre me han emocionado los de quienes vuelven a casa: hombres y mujeres que habitualmente viven lejos de sus familias, sus amigos y sus amores, y que disfrutan, durante un paréntesis que siempre sabe a poco, de esa alegría tan fugaz, y tan intensa a la vez, que tienen los reencuentros.
Y sin embargo, de un tiempo a esta parte, cada vez más (no sé si porque soy madre o porque me estoy haciendo vieja) no puedo evitar pensar en los que no regresan, en los que no podrán disfrutar ya esta Navidad del irrenunciable derecho a volver a casa, y no porque sea ley de vida, ni porque se hayan visto envueltos en una catástrofe natural, como la última de Indonesia, sino, simple y llanamente, porque así lo ha decidido un monstruo… El desecho humano con el que han tenido la mala suerte de tropezarse en el camino.
Cómo no pensar durante estos días en Laura, la profesora que no volverá a su casa esta Navidad… cómo no seguir sintiendo tristeza, y rabia, y frustración, impotencia, por ella y por las que cayeron antes que ella, y las que seguirán cayendo, por más que circule por todas las redes y los grupos de Whatsapp esa frase utópica que desea un 2019 en el que “todas las chicas regresen a sus casas sanas y salvas”.
Sabemos que no…Sabemos que por más que la tuiteemos, la retuiteemos, la peguemos en nuestros muros de Facebook o nos la tatuemos en el brazo esa frase no se cumplirá. Ni en 2019, ni en 2020, ni en 2050… No mientras sigamos siendo una sociedad capaz de producir monstruos reales, de carne y hueso, mucho más peligrosos que los que habitan las páginas de aquellos cuentos clásicos con los que nos asustaban de pequeñas, cuando todas queríamos ser princesas, y ninguna Caperucita.
Creo que no conozco a ninguna mujer, y conozco a muchas, que no haya apretado alguna vez el paso en un callejón oscuro y solitario… Sin embargo, jamás he escuchado a ningún hombre, y conozco a muchos, contarme que la otra noche, al volver de una cena, miró a ambos lados del portal antes de meter la llave y cerrar la puerta, con un suspiro de alivio, o que nunca olvida echar el seguro del coche, en cuanto entra, si lo tiene aparcado en un lugar apartado, o en la planta solitaria de un parking…
Mientras eso siga siendo así, mientras tengamos que seguir enseñando a nuestras niñas, al llegar la temida adolescencia, que nunca se paren ni hablen con extraños, que nunca le pregunten a un desconocido por una dirección, aunque donde se encuentren perdidas sea en un pueblo aparentemente pacífico y tranquilo… Mientras los lobos humanos campen a sus anchas… seguirá habiendo minutos de silencio, velas encendidas y concentraciones de lazos morados que no servirán para nada.
Ojalá me equivoque.