Último adiós al maestro Ibarra, por Pepe Belmonte
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Murcia
Último adiós al maestro Ibarra
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Se nos marchó al cielo, al Paraíso de los Justos, en medio de un silencio impropio de él, apenas comenzado el nuevo año, el muy querido y admirado maestro Juan Ignacio de Ibarra.
Un maestro de maestros en el mundo del periodismo, y muy especialmente en el campo de la radiodifusión en donde fue todo un referente, un hito, desde los años sesenta hasta ayer mismo.
Con su voz nada melodiosa, un tanto bronca, áspera y apesadumbrada, nos mantuvo embobados durante décadas, con la oreja pegada al transistor en las largas tardes de fútbol o con sus comentarios diarios en emisoras como la Cadena SER.
Fue, además, un intelectual apasionado, fino y discreto. Un hombre de la literatura y muy especialmente del teatro. Por eso, estos días, lo recuerdan con cariño y respeto en la Escuela Superior de Arte Dramático que él logró, junto con un distinguido grupo de personas, poner en pie y sacar adelante.
Fue un tipo culto, un lector empedernido que se sabía de memoria el Don Juan Tenorio, algunos de cuyos versos me permito traer aquí en su homenaje:
Por doquiera me distraigo
con su agradable recuerdo,
y si un instante le pierdo,
en su recuerdo recaigo
No hay bicho viviente que no pueda contar alguna anécdota sobre su persona. Un servidor nunca olvidará aquella ocasión, a principios de los noventa, cuando realizaba sus crónicas futboleras en el desaparecido Diario 16.
“Mira, Belmonte –me dijo, poniendo en mis manos un ejemplar del periódico. A ver qué te parece mi columna sobre el partido del Real Murcia”.
Después de un buen rato, dándole vueltas y más vueltas a su texto, escrito con la limpieza, la gracia y la precisión de siempre, pude darme cuenta de que, en mi honor, había empleado únicamente versos endecasílabos de rima asonante, separados por puntos y por comas.
Todo un prodigio que sólo se pueden permitir los más grandes.
Echaremos mucho de menos a Ibarra, con sus guedejas al aire, con su pinta de sabio lunático y loco, ahora que andamos tan ausentes de talento, tan ahítos de vulgaridad y grisura.
Adiós, querido maestro.
Adiós a un vividor empedernido, a un bebedor incorregible que amó a su tierra y a su gente como ningún otro.
“Después de todo –dejó escrito Mario Benedetti– la muerte es un síntoma de que hubo vida”.
Pepe Belmonte