Sociedad
El Estilita

Tres tristes turbas

A Coruña

Hay algo que me inquieta profundamente de las multitudes. La forma en que las personas pierden su individualidad cuando se suman a una muchedumbre me resulta siniestro porque con la identidad se diluyen otras cosas, como la responsabilidad. Hoy en día se considera una muestra de superioridad moral estar indignado y sumarse a otros indignados para protestar y supongo que puede estar bien si la causa es justa. El problema es que no se puede determinar el grado de razón de una multitud por el grado de indignación de la masa, solo su grado de descontrol.

Pondré un ejemplo: el otro día estaba con mi abuela, una ancianita de 92 años, viendo el telediario, cuando salió la noticia de Laura Luelmo. Habían detenido ya a su asesino, el tal Montoya, y el individuo estaba detenido en el cuartel de la Guardia Civil de El Campillo. En el exterior gritaba una multitud enardecida "¡Asesino!". Al salir el detenido en un coche patrulla, la gente comenzó a golpear la carrocería con las palmas. Mientras yo contemplaba la pantalla incrédulo, un idiota con una enorme visera saltó sobre el capó y siguió golpeando el parabrisas con la mano mientras gritaba.

Con cierto asombro, me di cuenta que me irritaba más aquella turba que el asesinato en sí. Quizá porque el tipo era un criminal convicto, y un posible psicópata, lo que explicaba que hubiera cometido esa atrocidad, pero se suponía que los habitantes de El Campillo eran gente normal, que en vez de asumir la desgracia con dignidad, habían degenerado en una muchedumbre sedienta de sangre, sin respeto por la ley. Expresé esta opinión a mi abuela (dos veces, porque es dura de oído) y ella me respondió que lo entendía perfectamente, y que si a ella le mataran a un ser querido, trataría de apuñalar al asesino. Imaginarme a mi abuela, que tiene la cadera mal y se desplaza con un andador, persiguiendo a alguien para acuchillarlo, me desconcertó tanto que decidí no seguir con el tema.

De hecho, lo habría olvidado todo pero, cuatro días después, surgió la noticia de aquel hombre en Baró de Viver, en Barcelona. El tipo era un héroe de barrio que mantenía raya a un clan gitano que aterrorizaba a sus vecinos y se metía con las mujeres. Era luchador, así que los sometía con sus llaves hasta que prometían no volver a hacerlo más. Me parecía una historia genial, de película, y si el clan se hubiera apodado el de los Sobones, y no el de los Pistoleros, todo podría haber acabado bien. Pero lo que ocurrió de verdad es que uno de ellos esperó a que el tal Edu saliera a la calle a sacar al perro y le acribilló por la espalda. Luego todo el clan se dio a la fuga y los vecinos, en una muestra de rabia y de falta de autocontrol, le prendieron fuego al piso vacío. Supongo que emplearon antorchas para hacerlo, como una buena turba. Esa gente que no se habría atrevido a prenderle fuego al buzón de haber estado los gitanos allí, sentían que habían recuperado su barrio.

Y como no hay dos sin tres, me desayuné el lunes con la noticia de que en Casariche, Sevilla, habían estado a punto de linchar a un rumano en el patio de la casa de un cura, un presunto ladrón que junto con un compañero se dedicaba a robar aperos agrícolas desde hacía meses. Mientras el pelotón de linchamiento gritaba "¡Que los maten! ¡Que los maten!", y probablemente agitaban sus horcas, suponiendo que no se las hubieran robado, la Guardia Civil pedía refuerzos para poder abrirse paso, para desencanto del populacho, al que le habría gustado un final más sangriento.

Tres turbas en menos de un mes son muchas. Demasiadas. Se suele excusar el comportamiento de la masa alegando que es natural que sientan indignación. Lo es. Pero en vez de desahogarse escribiendo burradas en Twitter decidieron salir a la calle para fundirse en una masa, el caldo gordo donde se diluye por igual la responsabilidad y la identidad. Lo único que impide a un individuo salir a la calle en esas circunstancias es el sentido común, y lo único que impide a una masa convertirse en una turba es una pancarta, porque entonces es una protesta. Y esos tres ejemplos no tenían ninguna de las dos cosas. Eso es lo triste.

 
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