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Rosario Pérez Villanueva

'El túnel de la impotencia'

Era sólo una niña cuando vi morir en la tele a otra niña: una chiquilla de 13 años que se llamaba Omayra y que falleció en Colombia, en noviembre de 1985, después de varios días de angustia retransmitida en directo por las televisiones de todo el mundo

Firma Rosario Pérez, "El túnel de la impotencia"

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Algeciras

No sé cuántos tendríais vosotros, los que soléis escuchar esta firma; incluso puede que algunos de los que lo hacéis ni siquiera hubierais nacido, pero yo recuerdo perfectamente que tenía 11 años... que era solo una niña cuando vi morir en la tele a otra niña: una chiquilla de 13 años que se llamaba Omayra y que falleció en Colombia, en noviembre de 1985, después de varios días de angustia retransmitida en directo por las televisiones de todo el mundo. La hemeroteca dice que fueron 3 los días que Omayra permaneció atrapada entre el lodo y los escombros de su casa, después de la erupción de un volcán, y sin que ninguno de los esfuerzos, realizados con los medios de aquel entonces, fueran suficientes para rescatarla con vida... Creo que fue durante aquellos 3 interminables días, que a muchos nos parecieron siglos, y en los que tanta gente de buena fe mantuvo, inútilmente, la esperanza, cuando entendí, por primera vez, lo que significaba la palabra impotencia.

Más de 30 años después, los 8 días de angustia vividos hasta ahora por la familia de Julen, el pequeño de 2 años atrapado en ese estrecho pozo en Totalán en el que nunca debió haber caído, me recuerdan que hay cosas que no cambian, y que, por mucho que la tecnología avance, la fatalidad y la tragedia son capaces de sacar lo mejor, y lo peor, de cuanto habita en nosotros.

De lo mejor, hoy, como hace más de 30 años, la solidaridad, el esfuerzo y la voluntad de tantas manos y tantos corazones, unidos en el empeño desesperado de hacer posible un milagro, de intentar mantener la llama de la esperanza hasta el final.

De lo peor, el morbo gratuito del dolor convertido en espectáculo, en un 24 horas televisivo multiplicado hasta el infinito por el escaparate de las redes sociales, que no existían hace 30 años, y que hoy sirven de altavoz impúdico para que cualquiera escriba lo primero que se le pasa por la cabeza, sin pararse a pensar en el daño añadido que toda especulación produce en una herida abierta.

Cómo no sentir, durante estos días, tanta rabia y tanta tristeza por la más terrible de las impotencias: la que se siente cuando no se puede ayudar a un niño indefenso... Ahora Julen; aquella vez, Omayra, hace no tanto, Aylan; y así hasta el infinito... Porque cada día, todos los años, hay niños olvidados sufriendo en los "túneles" de la pobreza, de la violencia, de la guerra y de la miseria, aunque sólo salgan en el telediario de vez en cuando, cuando cae otra bomba en algún poblado de Siria, o de Irak, o de Yemen, y les vemos ensangrentados en los brazos de sus madres, o cuando se hunde otra patera en el Mediterráneo, camino de esta Europa capaz de tantas cosas... y tan incapaz para otras.

Cuánta tristeza... Cuánta rabia... Cuánta impotencia.

 
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