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La experiencia que ya nadie valora

La opinión de Ana Díez, médico de familia

Cadena SER

Hubo una época en la que los sabios del lugar eran los ancianos, los de mayor edad. De la misma manera que se valora un vino viejo por su gran calidad y profundo sabor, se veneraba la sabiduría de los ancianos. Incluso hay una frase que dice que sabe más el diablo por viejo que por diablo.

Hoy no es así. Con lo que ha aumentado la esperanza de vida, tendríamos que aprovechar esta gran fuente de riqueza humana y cultural. Pero, tristemente, solo se valora la juventud. Solo se valora a la persona por su rendimiento y su productividad social y económica. Los jóvenes y adultos producen. Los niños producirán, pero los ancianos solo consumen. Los ancianos son vistos como una fuente de problemas y de gastos, como una carga social.

Se amenaza con que el aumento del número de ancianos causará dificultades económicas por la gran cantidad de personas que recibirán la pensión y que no han aumentado proporcionalmente al número de trabajadores, con que los ancianos consumirán tanta asistencia sanitaria que serán necesarios muchos profesionales para atenderlos correctamente, amenazas, amenazas, amenazas. Y, ¿todo lo que podrían aportar si los tuviéramos en cuenta?

Y es que parece que no somos conscientes de que en la ancianidad se acumula experiencia, saber e inteligencia profunda. La ancianidad es la época de relativizar todo, de dar importancia a lo realmente valioso, de saborear cada minuto, cada persona como lo que es, es decir, como un ser único, independientemente de su situación económica y su posición social.

Los ancianos nos enseñan también a darnos cuenta de nuestra propia fragilidad, de que no somos eternos. De que es más importante saborear todos los buenos momentos que vivimos día a día con los demás que esperar a que llegue algo que pensamos que es mejor, pero que no estamos seguros de que vendrá.

Los ancianos podrían enseñarnos a sentirnos dichosos por todas las oportunidades que a diario nos brinda la vida, a reconocer lo afortunados que somos por estar en este mundo, por tener a nuestro alrededor gente que nos quiere.

Pero no, no somos como el vino, no son más valoradas las personas de más edad. Nadie quiere tener esta categoría de viejo, añejo, ni por supuesto, anciano.

Sin embargo, cada etapa de la vida tiene sus aspectos positivos y otros menos positivos. No me atrevo a decir cuál de las etapas es mejor. Hay que intentar sacar el máximo partido de cada una de ellas porque todas nos ayudan a acumular experiencia, a aprender. Todas son necesarias e inevitables en el transcurso de la vida. Cumplir años significa ir ganando en experiencia y conocimientos. Si conseguimos mantener la máxima actividad mental y física posibles, lograremos también el nivel más alto de bienestar y salud, y eso nos permitirá seguir disfrutando de todo.

Como dijo Ingmar Bergman, “Envejecer es como escalar una gran montaña: mientras se sube, las fuerzas van disminuyendo, pero la mirad

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OPINIÓN: La experiencia que ya nadie valora

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