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Ana López Segovia: "Una gracia exquisita"

Columna de opinión, escrita y a viva voz, de la actriz gaditana para Radio Cádiz

La columna de Ana López Segovia

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Cádiz

Hay un libro delicioso de José Luis Ortiz Nuevo que se llama Las mil y una historias de Pericón de Cádiz. En él, el célebre cantaor gaditano da rienda suelta a su creatividad narrativa, y nos cuenta entre otras cosas las ocurrencias de los flamencos del siglo pasado, flamencos esmayaos que esperaban vaso tras vaso en la Privadilla a que los contratara el señorito de turno para una fiesta. Artistas que pasaban las horas, en palabras del propio Pericón, pensando nada más que en inventar cosas de cachondeo.

Es posible que este sea uno de los mayores talentos del pueblo gaditano: ingeniar cosas graciosas con el único objeto de poder descojonarse contándolas después. Curiosamente, esta es la base del carnaval. Lo gracioso no lo es tanto si no se comparte para hacer reír a la gente. Imagino que esta obsesión por la gracia, esta insistencia en la alegría por la alegría, es una forma como cualquier otra de sobrevivir a la precariedad y a la falta de oportunidades. Una manera de matar el tiempo sin volverse uno loco. Una forma productiva de estar parado. No hay nada que saque más al ser humano del estancamiento y de la tristeza que el estímulo de la creatividad.

El suceso de estos días, comentadísimo a nivel nacional, de los aficionados del Cádiz utilizando los autobuses de ciertos partidos políticos para acudir al partido contra el Alcorcón, es digno de entrar en los anales de esa gracia gaditana que tanto fascinaba a Pericón. Una pura genialidad. Da igual si es cierto o no. El simple hecho de que a alguien se le haya ocurrido es de una brillantez sublime. Esta anécdota hubiera perdido su valor si no hubiera salido a la luz.

La verdadera gracia reside en la exhibición pública de la ocurrencia y en la ola general de cachondeo supremo que ha generado en todo el país. Esta historia está impregnada de la amoralidad antigua del pícaro flamenco. Ese que vive al día y hace de su precariedad un arma que estimula su creatividad y su arte.

Y, como siempre, esto tenía que pasar en Cádiz. Al fin y al cabo descendemos de una raza trimilenaria que ya está de vuelta de todo, una raza que hace de la indolencia un arte, a la que no le interesan demasiado los piques absurdos entre partidos efímeros, que vienen y van. Partidos que desaparecerán, como todos nosotros, quedando al final, como una perla fulgurante y exquisita, la gracia y el cachondeo que provocaron.

 
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