Dos palabras dos
La opinion de Juan Miguel Alonso (4/3/2019)
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León
La semana me deja rebotando en las meninges dos palabras dos que, sin ser bellas , sintetizan quizás el espíritu de estos días desnortados de antruejo y carnestolendas.
La primera es patatero, sí, como lo oyen, patatero. No, no voy a hacer aquí una glosa del escarabajo, sino del marido de la Ex Silvia Clemente, que ejerciendo tan digno oficio recibió, agárrense los machos, casi dos millones de euracos de la Consejería que con diligencia y pulcritud dirigía su señora. Y, sobre todo, de la inefable desaparición de todos los archivos y expedientes que llevaron a tales ayudas como por ensalmo y arte de brujas patateril. Que estas cosillas se hayan sabido ahora, cuando ella se postula para el Club Comunero de Amigos de Malú no debería extrañarnos. A las artistas de raza se les tiene mucha manía en este país.
La segunda es empotrador. Tal cual. Y es que hace unos días, una escritora de cierto éxito dejó en los papeles un titular goloso: “A todas nos gusta un empotrador”. El aforismo se vio reforzado por idéntica demanda puesta en la boca de otra dama en un programa de citas televisadas.
Como era de prever, la reivindicación empotradora ha sido puesta a caer de un burro por una legión de ofendidísimas señoras que han visto en ella una muestra inaceptable de sumisión al macho, de estigma heteropatriarcal y hasta de defensa de una sexualidad cercana a la del gorila albino. Seguimos enredados en el culo y las témporas.
Sorprende esta castidad tan beata en quienes dicen defender el libérrimo ejercicio del roce y la jodienda en todas las manifestaciones imaginables y en algunas aún no imaginadas. Qué tal si dejamos que cada cual elija la poética de la carne que más le plazca. No vaya a ser que acabemos los herejes teniendo más dogmas que los creyentes.
Sólo me queda una duda al respecto: ¿El empotrador nace o se hace?. Por saber, eh.